CAPÍTULO LXV

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¿Cómo podría resumir estas últimas tres semanas?

Felicidad, felicidad y más felicidad.

Hudson cumplió con lo prometido; ha venido a verme una vez por semana, cada domingo sin falta, y no se ha separado de mí ni un momento.

Lisa se está recuperando rápidamente gracias a la sangre de Erik, y no ha habido signos de otra infección.

Simplemente perfecto.

– ¡Lisa, voy a salir!– grité, terminando a duras penas de atarme el corsé.

– ¡Está bien, no tardes!– respondió desde la cocina.

– ¡No lo haré!

Me encaminé hacia la plaza del mercado a paso rápido; a estas horas casi todo el mundo suele estar en la iglesia, momento que aprovecho para hacer la compra de la semana: así hay menos riesgo de que alguien me reconozca. De todas formas, debo darme prisa, pues los puestos abren estratégicamente quince minutos antes de que finalice la misa de tarde, para que las personas compren algo innecesario cuando pasen por la plaza de vuelta a sus casas.

                                                                             Evitando los puestos de comida, los cuales ya empezaban a recibir a los primeros clientes de la jornada, me dirigí hacia la "zona artesanal". Allí venden todo tipo de artilugios hechos a mano, desde muebles, cerámica y bisutería, hasta productos aromáticos y de higiene personal.

Caminé en círculos durante un largo rato, observando algo nerviosa como la plaza se llenaba cada vez más y más, hasta que por fin, di con la tienda de encargos que estaba buscando.

Me acerqué al mostrador y esperé de pie frente al establecimiento. Tras cinco minutos de confusión y completo silencio, me estiré para tocar el timbre de mesa situado a mi lado izquierdo; el ruido provocó que un señor, que aparentemente se encontraba durmiendo en el suelo, se levantara bruscamente, dándome un susto de muerte.  

– ¡Ah!

– ¡Buen día hermosa damisela, bienvenida a la joyería Ethelworld! ¿puedo ayudarla en algo?– me saludó medio dormido el vendedor; un hombre de aproximadamente cincuenta o sesenta años, tratando de recomponerse.

– Sí-sí... verá, me gustaría encargar un anillo-. Respondí lo más alegremente posible, a pesar del susto y de la evidente... rareza de aquel sujeto.

– ¿Un anillo eh?– acarició su larga barba canosa de arriba hacia abajo, con un gesto pensante–. A una bella mujer como usted le favorecen las esmeraldas... probablemente también los zafiros... ¡Y los rubíes hacen contraste con sus ojos!

– En realidad no es para mí–. Aclaré con una sonrisa y un leve sonrojo.

– ¡Ya veo! ¿Entonces es para su madre? ¿para una amiga tal vez?– sonrió pícaramente– ¿o... puede que se trate de un obsequio entre amantes?

– Lo...lo tercero–. Murmuré tímidamente. El hombre asintió complacido.

– Bien... dígame, ¿quién es el afortunado, una linda dama o un atractivo caballero?

– Un-un atractivo caballero.

– En ese caso, necesito saber las medidas de su amado. Si quiere puede traerme un anillo de referencia–. Sacó una pluma, un bloque de cera y un pequeño pergamino de debajo del mostrador

– Aquí tiene–. Le tendí la pequeña sortija que tomé prestada de la maleta de Hudson, sin su consentimiento, (pero por una buena causa) la semana pasada: un anillo dorado con diamantes negros y forma de calavera.

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