CAPÍTULO XLIV

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Un susurro y una leve sacudida me hicieron abrir los ojos lentamente.

– Katherine...

Me acomodé adormilada sobre el cabecero de la cama y me froté los ojos para intentar acostumbrarme a la luz que entraba a través de los grandes ventanales, sin poder contener algún que otro bostezo a causa del cansancio.

Miré hacia el frente alertada por un ruido proveniente del baño. Sonreí como una tonta al darme cuenta de que solo se trataba de Hudson, quien estaba lavándose los dientes en ropa interior.

Salió del servicio un par de minutos después y se dirigió directamente hacia el vestidor, sin siquiera pararse a darme los buenos días.

Extrañada me levanté.

Él estaba de espaldas, colocándose para mi sorpresa, un smoking negro muy elegante. Notó mi presencia y se dió media vuelta, me miró durante unos instantes y después desvió su atención al espejo para colocarse la corbata.

– Debes vestirte. Mi abuelo requiere nuestra presencia en el comedor para desayunar–. Usó un tono distante, indiferente, que hizo saltar todas las alarmas.

– Ehm... Hudson.

– ¿Sí?– contestó sin mirame.

– ¿Puedo... hablar contigo?– sonrió de forma sarcástica.

– Estoy muy ocupado.

– Pero...

– No es cuando tú digas Katherine–. Le miré desconcertada.

– ¿Qué...?

– Ayer intenté hablar contigo, te lo rogué. Llevas días ignorándome completamente. ¿Cómo te sentirías tú si te hiciera lo mismo?

Me abracé a mí misma compungida.

– Lo siento, sé que...

– No, no sigas–. Se levantó bruscamente–. Pensé que me tenías un mínimo de confianza. Pero ya veo que no.

– No es por eso, te tengo confianza, pero...

– Me da igual lo que tengas que decir. ¡Llevo días comiéndome la cabeza, pensando en lo que pude haber hecho mal!

– Yo no quería hacerte sentir mal...

– Pues lo hiciste.

– Escúchame por favor...

– Estoy harto Katherine. No tienes ni puta idea de lo que duele que tu alma gemela haga como si no existieras.

– No era mi intención...

– ¿Sabes qué? déjalo, déjame en paz, no quiero hablar contigo.

Pasó por mi lado y cerró la puerta dando un portazo.

Me senté en uno de los sillones del cuarto con la vista nublada.
Las lágrimas no tardaron en descender por mis mejillas, dejándome una sensación amarga y una presión en el pecho.

Me lo merezco.

Yo solo quería espacio, pero debí explicarle las razones de ello.
Si ayer le hubiera contado lo que me sucedía no estaríamos en esta situación.

Y tiene razón, si él me hubiera ignorado de esa forma a mí, me sentiría como una mierda.

Sé que no es disculpa, pero creí que lo que sentía respecto a Cristal era absurdo. Tengo tendencia a guardarme las cosas porque pienso que la gente se burlará de mí, o no lo entenderá.

No quería parecer tóxica y acabé siendo mala novia.

Pero lo arreglaré, haré lo que sea necesario para que me perdone.
Puedo regalarle algo o... intentar abrirme y explicarle por qué me siento mal cuando esa arpía pelirroja está cerca.

INVICTUSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora