CAPÍTULO CIII

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Me limpié las lágrimas con la manga de mi pijama e intenté levantarme de su regazo, pero Hudson me tenía fuertemente apresada entre sus brazos y no parecía tener intención de dejarme ir.

—¿A dónde crees que vas? —preguntó, con un tono de queja—. Quédate.

Me quedé observando durante varios segundos sus ojos rojizos, tristes y cansados. Suspiré hondo y le di un casto beso en la frente; lo último que él necesitaba en ese momento es que yo me volviera distante por culpa del enfado e impotencia que la situación me hacía sentir. Dejé otro beso, esta vez en su mejilla, luego uno en su cuello y por último en sus labios. Hudson me correspondió con lentitud y algo de torpeza e inseguridad, nada parecido a esos besos suyos que, hasta hacía poco, eran tan intensos y apasionados que me hacían perder el aliento.

Pero iba a hacer lo que hiciera falta para que todo volviera a ser como antes.

Separé nuestros labios unos milímetros y los volví a unir con un poco más de brusquedad, proceso que repetí un par de veces hasta llegar a un beso fogoso que le hizo temblar bajo mi cuerpo.

Le empujé sobre la cama, haciéndole caer boca arriba contra el colchón, y seguí repartiendo besos desesperados por todas partes, mientras me movía "inocentemente" sobre su pelvis.

—Katherine...

—¿Puedo tocarte? -murmuré, impaciente. Él tragó grueso y movió la cabeza en un gesto de afirmación.

Le levanté la camiseta y le bajé los pantalones hasta las rodillas sin perder más tiempo, haciéndole jadear. En este tipo de momentos solía ser yo la que se ponía nerviosa, así que verle de esa manera; temblando bajo mi toque, con las mejillas sonrojadas, me hizo sentir un tanto orgullosa.

Le doy las gracias al licor de hada en ese aspecto, porque ahora puedo saber que yo causo en Hudson el mismo efecto que él causa en mí. Es una pena que vaya a pasarse en un par de días.

Dejé pequeños besos por todo su torso, incidiendo cada vez más en sus marcados abdominales y sobre todo en su vientre bajo; cuanto más me acercaba a su pelvis más temblaban sus manos y más fuerte se volvía su respiración.

Bajé un poco el elástico de su ropa interior y comencé a besar su zona V, a escasos centímetros de su intimidad.

—Po-por favor... —murmuró con la voz pendiendo de un hilo.

—¿Por favor qué? —le mostré una sonrisa juguetona y seguí dándole atención exclusivamente a esa zona, a pesar de sus súplicas.

—No me tortures...

Levanté la cabeza y le miré directamente a los ojos, con un gesto burlesco.

—¿Qué quieres que haga, Hud? ¿quieres que te toque... aquí? —acerqué mi boca hasta su intimidad, aún cubierta por su ropa interior, y sin romper el contacto visual, dejé allí un casto beso.
No tardé en sentir la zona endurecerse.

—Princesa.. —jadeó.

—Haré contigo lo que tú desees, Hudson. Pero tienes que decírmelo en voz alta.

Le tomó unos cuantos segundos encontrar las palabras exactas, o al menos atreverse a decir lo que estaba pensando. Supe que ya estaba listo por el color rosa intensificado de sus mejillas.

—Ha..., hazme... hazme el amor, por favor —dijo, con la voz entrecortada. No pude evitar soltar una carcajada, pues esperaba una respuesta más sucia en vez de una tan tierna. Mis mejillas también se sonrojaron, en el fondo me encanta que siempre me diga "hacer el amor", en vez de "sexo" o cualquier otro sinónimo.

INVICTUSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora