CAPÍTULO XLVIII

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Dos semanas antes...


Katherine:

¿Cuánto tiempo había pasado ya?

Ni siquiera yo lo sabía.

El tiempo transcurría con lentitud en esa "caja" de reducidas dimensiones con olor a humedad y madera vieja. Tanto, que incluso llegué a dudar en varias ocasiones de si algún día lograríamos llegar a nuestro destino.
Los dos muchachos encargados de transportar los barriles de sangre, ahora vacíos, se pasaron todo el viaje hablando de cosas triviales, como por ejemplo, esa supuesta fiesta que Loren se ha encaprichado en organizar y que al parecer, comienza a las diez de la noche.

Me pareció muy extraño que la velada comenzase a esa hora. Teniendo en cuenta que la caza comienza a las doce en punto, solo tendrán una hora y media de diversión aproximadamente si quieren llegar sanos y salvos a sus casas.
Luego mencionaron que Loren había invitado a dormir a todos y me pegué una bofetada mental. Típico de Loren, jamás escatima en gastos.
Aunque siendo sinceros, si yo tuviera una mansión con quince habitaciones, diez baños, cuatro salones y dos cocinas, aparte de otra casa solo para invitados, también invitaría a todos mis amigos.

Lisa acabó por dormirse poco después de partir. Algo normal, teniendo en cuenta que había sido sometida a un profundo estrés estos últimos días.

Desde que salimos de las tierras del castillo ninguna volvió a decir una palabra. Su respiración lenta y pausada, levemente eclipsada por la mía irregular y errática, junto con la alegre conversación que mantenían los classis superioris al otro lado de la placa de madera, fueron lo único que escuché durante todo el trayecto.
Cosa que agradecí en profundidad.

Ese dolor que se me había instalado en el pecho por "abandonar" a Hudson era malditamente agonizante.
Al no haber sentido nunca algo parecido, creí durante los primeros minutos que desfallecería ahí mismo.
Después no me quedó otra que asimilar la situación y resignarme ante el escozor y la quemazón que sentía tanto en el corazón, como en el lado derecho de mi cuello.

Intenté mirar la hora en el reloj de mi madre varias veces, sin saber siquiera si aún le quedaba pila, pero no podía ver nada a causa de la oscuridad del remolque y de las lágrimas acumuladas que me esforzaba por no derramar.

A pesar de que había una pequeña ventana sobre mi cabeza, la luz que entraba por esta era mínima. El cielo estaba muy nublado, señal de más tarde podría haber tormenta. Además, tenía la sospecha de que estaba empezando a anochecer.

Tras aproximadamente una o dos horas más de recorrido, la chica pelirroja que inexplicablemente había decidido ayudarme, comenzó a despertase.
Por un momento pareció olvidar el lugar en el que se encontraba, así que tuve que taparle la boca para evitar que hiciera algún ruido que pudiese alertar a los chicos de clase alta.

Estar en penumbra me venía como anillo al dedo para que Lisa no pudiera ver los rastros de lágrimas en mis cachetes y mis ojos seguramente enrojecidos. Pero a su vez, dificultaba mucho la tarea de moverse por la estancia sin golpearse con la multitud de barriles que solían caerse sobre nosotras, a consecuencia de los grandes baches que hacían sacudir el carro con violencia.

Ambas nos tensamos asustadas cuando de repente, el carro se detuvo.
Una vez nos aseguramos de que nuestros "transportistas" se habían ido, con mucha dificultad, el pulso temblando y el corazón latiendome desmesurado, conseguí sentarme sobre los hombros de la pelirroja para alcanzar el pequeño ventanal localizado sobre nuestras cabezas.

– ¿Ves algo?– susurró tambaleante.
Solté un resoplido de negación en respuesta, pudiendo distinguir únicamente una pared recubierta con una piedra vistosa. –Es de noche.

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