CAPÍTULO XLI

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Entré en la habitación de Hudson muy enfadada, mientras limpiaba alguna que otra lágrima que seguía escurriendose por mi mejilla.

No solo estaba irritada por el hecho de que mis intentos por demostrar mi inocencia hubieran fracasado, lo que más me molestaba era esa aparente necesidad que tienen algunas personas de pisotear al resto.

¿Qué se supone que le he hecho a Cristal para merecer este trato por su parte?

¿Por qué parece que el universo se empeña en joder mi relación?

La cuestión es que me puse el primer pijama que encontré para después tumbarme en su cama con rapidez.

¿La razón?

Hace relativamente poco, Hudson ordenó traer una considerable cantidad de leña, para encender la despampanante chimenea que decora su dormitorio. Últimamente las temperaturas han caído en picado y aunque no es un frío insoportable, prefiero dormir en un cuarto donde la temperatura llegue al menos a los quince grados, aunque deba tragarme un poquitín mi orgullo.

Cuando escuché el ruido de la puerta abriéndose, no tuve mejor idea que hacerme la dormida. Pues obviamente tengo unos límites en cuanto a tragarme el orgullo se refiere.

Sentí como la cama se hundió a mi lado. Me mordí la cara interna de la mejilla para no emitir ningún ruido e intenté relajar mi respiración para que no fuese tan obvio que estaba despierta.

– Princesa, ¿podemos hablar?– susurró con voz dulce a mi lado. Y aunque en verdad sí que quisiera hacerlo, mantuve mi postura y no me moví ni un milímetro.

– Hemos hablado con Cristal y... ha accedido a pedirte una disculpa.
Sé que tú nunca harías algo como eso y aunque pienses que la creí a ella en primera instancia, no es así. Solo te pregunté eso porque llevas días sin hablarme y no sé la razón. Sí que consideré que podrías estar celosa y ser ese el por qué de tu enfado hacia mí, pero no que tú empezases la pelea.

Seguí sin emitir respuesta.

– De verdad Katherine, lo único que quiero es que estemos bien–... Suspiró con pesadez–. Últimamente he estado trabajando mucho. Todos lo hemos hecho, incluida Mace. La situación en los reinos vecinos es complicada y todo esto afecta a nuestro condado también.
Preferiría mil veces pasar el tiempo contigo, pero no puedo.

Sus palabras empezaban a hacer  meya en mi corazón, pero consideré que debía mantenerme firme.
No soy de esas personas que perdonan con facilidad.

– Está bien...

Al final se rindió. O bueno, esa fué mi deducción al notar como se levantaba de la cama sin decir ni una palabra más.

Escuché el sonido que emitían las  prendas al caer al suelo, cosa que me provocó la visualización de escenas obscenas que no me venían para nada bien si quería seguir enfadada con él.

Al final volvió a tumbarse, esta vez apagando la luz en el proceso.

– Perdóname princesa–, murmuró antes de besar mi hombro con delicadeza y acurrucarse a mi lado, abrazándome levemente por la cintura.

Supongo que no se atrevió a tocarme más por razones obvias, pero el caso es que esa seguridad que me cargaba con anterioridad, empezaba a tambalearse.

Pues sí que era cierto que a pesar de que me había preguntado eso, jamás insinuó que yo había empezado la pelea, al contrario que Mace, que incluso me exigió una disculpa.

En ese momento se veía más confundido que otra cosa.

Y si es cierto que le he estado evitando varios días, cuando lo que debería haber hecho era contarle lo que sucedía desde el primer momento.

Aun así decidí no comentar nada, simplemente cerré los ojos y dejé que el sueño ganase la batalla.

Creo que por una vez en la historia de mi existencia usé el cerebro y concluí que la mejor opción era tomar cualquier decisión con la cabeza fría.

*****

Suspiré indignada entrando nuevamente en el comedor. Sinceramente, asistir al trabajo estos últimos días se ha convertido en una tortura en vez de ser algo entretenido. Sobre todo cuando tienes a una pelirroja malvada como comensal y a una compañera que finge odiarte a muerte para que su madre no le meta una paliza.

Pero bueno, con tal de que Lisa esté bien soy capaz de soportar algún que otro empujón mal disimulado. Los cuales ya me han provocado varios cardenales que para mí suerte no son muy difíciles de esconder.

Aun así, estoy segura de si Hudson llega a ver aunque sea solo uno de ellos, querrá explotar el castillo entero.

– Aquí tiene majestad–. Murmuró Lisa con un sonrisa fingida.

Cristal nos había obligado a prepararle el mismo plato cuatro veces. Que si no tenía sal, que si tenía demasiada sal, que si le faltaba sangre, que estaba duro...

¿Cómo cojones va a estar duro un puré de patata?

A pesar de su constante comportamiento infantil, Cristal estaba... distinta. Decaída, diría yo. Estuvo cabizbaja durante toda la cena y solo la levantó para dedicarme alguna que otra mirada cargada de odio.

Otra persona que me miraba de reojo muy "disimuladamente" a su parecer, era Hudson.

Él ya no estaba cuando me levanté esta  mañana. Entiendo que tenga mucho trabajo, pero me hubiera gustado poder hablar con él. Así que sentencié que por muy tarde que llegase, yo me quedaría despierta para entablar una conversación civilizada, como adultos que somos.

Nuestras miradas se cruzaron, él mostró una leve sonrisa que para nada expresaba felicidad y volvió a centrar su atención en el plato que prácticamente ni había probado.

Hice el ademán de acercarme. Quizás la comida sí estaba mala, o puede que simplemente no tuviera hambre.

Le quiero con todo mi corazón y no puedo evitar preocuparme. Por muy enfadada que esté, su bienestar siempre será mi prioridad.

Sin embargo, antes de que pudiera dar siquiera medio paso, la puerta de la cocina se abrió de par en par dejando ver a una Rosie exhausta y aparentemente muerta de miedo.

– ¡Majestades!– Gritó mientras se sostenía el pecho y respiraba con dificultad.

Todos los príncipes, exceptuando a Cristal, se levantaron de sus respectivos asientos con preocupación. La pobre chica no tenía muy buen aspecto.

– Príncipes...– balbuceó – Jackson consiguió sujetarla justo antes de que se desplomara agotada en el suelo, evitando así que se golpeara la cabeza. – Está aquí... está aquí...

– ¿Quién está aquí?– la pregunta de Khalid fué contestada segundos después por una misteriosa voz.

– Yo–. Respondió aquella figura tenebrosa mientras apagaba un cigarrillo contra la pared.

La voz de Rosie salió entrecortada, como un susurro ahogado.

– Es él... es Maximus McClaine...





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