CAPÍTULO I

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—¡Katherine! —gemí sobresaltada. A causa del susto y de mi propio descuido, me pinché en el dedo índice con la aguja que estaba usando para coser unos agujeros que las polillas se habían encargado de fabricar en mis calcetines. Una pequeña gota de sangre cayó sobre la falda de mi vestido, la cual me apresuré a limpiar entre maldiciones, mientras me metía el dedo herido en la boca y succionaba suavemente.

Como si eso fuera a ayudar en algo.

—¡¿Qué quieres?! —grité de vuelta, sujetando aún mi dedo malherido entre los dientes- ¡¿Mace...?! ¡¡¡Mace!!!

—¡Ven!

Bufé con angustia y me dejé caer perezosamente sobre la almohada. Cerré los ojos y me quedé ahí quieta durante unos pocos segundos, tratando de disfrutar de mis últimos minutos de paz, pero Mace tardó incluso menos de lo esperado en volverme a llamar. Me levanté de golpe y salí de mi habitación dando grandes pisotones. Al llegar a las estrechas escaleras de madera medio podrida, me vi obligada a ralentizar el ritmo, pues tuve que bajarlas totalmente a oscuras, palpando las paredes, la barandilla, y todo lo que pudiera ayudarme a no rodar escalones abajo.

Si solo pudiéramos permitirnos pagar la luz... Lo único que me consuela es que la electricidad es algo que solo los más adinerados pueden permitirse, así que no somos ni las primeras ni las únicas que nos encontramos en esta situación.

No había ni terminado de cruzar el umbral de la puerta de la sala de estar, cuando Mace, mi mejor amiga, saltó encima de mí con una expresión emocionada; irradiando felicidad.

—¡Lo tengo! —chilló, con una sonrisa radiante.

—A ver, ¿qué tienes? —Su entusiasmo no tardó en contagiarme y las comisuras de mis labios se curvaron en una pequeña sonrisa.

Ella es la única persona capaz de cambiar mi estado de ánimo con una sola frase.

—La manera de escapar de este sitio de mala muerte.

Y tanto que lo cambia.

Tardé algunos segundos en procesar sus palabras.

Tanto tiempo pensando en cómo poder escapar de este horrible lugar... ¿y ya lo tiene? ¿así de fácil? ¿ya está?

—Es perfecto, lo tengo todo perfectamente planeado. Sé cuándo, cómo y dónde podemos hacerlo.

—¿Eh? —conseguí balbucear.

—Como bien sabes, en dos semanas se celebra la subasta —continuó hablando al ver que no salía de mi asombro—, y será la primera vez que nosotras tengamos que participar...

—¿Ajá...?

—Pues cuando acabe la ceremonia, como todo el mundo centrará su atención en las elegidas, nos escabulliremos y saltaremos el muro.

—¿Saltar el muro? —cuestioné con una ceja alzada, percibiendo los primeros ápices de desilusión aflorando en la boca de mi estómago.

Mace suele imaginarse planes descabellados antes de dormir, en los que saltamos el muro y evadimos a los guardias, como si realmente tuviéramos la fuerza y la agilidad necesarias para ello. Yo los entiendo más bien como sueños fantásticos con los que poder imaginar una vida mejor antes de ir a la cama. Pero esta vez creí de verdad que había maquinado algo lo suficientemente temerario como para poder escapar de esta horrible ciudad, pero también lo suficientemente seguro como para poder hacerlo de una sola pieza.

—No es tan difícil como parece. —aseguró—. Simplemente tenemos que mezclarnos entre la multitud cuando todo el mundo esté demasiado ocupado prestándoles atención a las diez elegidas, como para preocuparse de la aburrida desaparición de dos simples doncellas.

INVICTUSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora