CAPÍTULO CI

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—Cariño... —le susurré al oído, después de haber permanecido abrazados unos quince minutos en completo silencio. Los únicos sonidos perceptibles en el ambiente eran su respiración agitada y pequeños sollozos que aún se escapaban de sus labios de forma esporádica, además de cierto bullicio ajeno a la habitación.

Se despegó de mi pecho y alzó la mirada lentamente: sus ojos seguían hinchados, rojos y cristalizados, algo que hacía resaltar todavía más las grandes ojeras que se posaban debajo. También se mantenía el tenue sonrojo de sus mejillas, otorgándole un aspecto frágil.

—Estamos un poco incómodos aquí sentados, ¿qué te parece si vamos a la cama?

Lo pensó durante unos segundos y asintió finalmente, con una mirada cansada. Le sonreí de medio lado y empecé a levantarme, pero me detuvo a medio camino, agarrándome de la muñeca con tanta delicadeza y cuidado que se sintió como un mero roce.

—¿Puedo hacerte una pregunta...?

—Pues claro...  —asentí, desconcertada. Me arrodillé en el suelo nuevamente y le agarré de la mano para transmitirle algo de calidez y confianza.

—¿Soy suficiente? —musitó, rehuyendo mi mirada.

Inspiré hondo y atrapé su rostro entre mis manos, limpiando con los pulgares algunas lágrimas sangrientas que aún rodaban por sus hermosas y ahora rosáceas mejillas. Hudson aún estaba bajo los efectos del licor de hada y probablemente lo estaría durante toda la noche; debía repetirle las cosas una y mil veces si hiciera falta, siempre con cariño, amor y paciencia. Era lo mínimo que podía hacer por él en esos momentos.

—Sé que nunca quisiste venir al castillo. —continuó— Sé que jamás habrías querido venir si no hubieran elegido a Mace en la subasta. Sé que preferirías vivir en el poblado humano, que te gustaría volver a casa. Y también que este lugar es como una maldita prisión para ti. —su voz se rompió y sus labios se fruncieron, formando un puchero que precedió a más sollozos— ¿soy suficiente para compensar el hecho de que no puedas salir de aquí? porque si no es así, Katherine, si no eres feliz aquí, dejaré el castillo e iré contigo a donde haga falta.

Le observé en silencio durante unos cuantos segundos, estupefacta.

—No eres "suficiente", Hudson —dije con seguridad. Su rostro se desfiguró y su labio inferior comenzó a temblar. Le apachurré los mofletes y le obligué a sostenerme la mirada—. Eres todo lo que alguien puede desear, cariño, ¿acaso no te das cuenta? —le di un pequeño besito en la frente y luego otro en los labios— Antes dijiste que cambiarías tu forma de ser si fuera necesario, pero ¿quién en su sano juicio querría algo así? Eres perfecto, Hud.

—Eso no es cierto.

—¿No? —reí con sarcasmo, esperando una reacción similar por su parte, pero solo negó con seriedad. Fruncí el ceño y ladeé la cabeza— Parece que voy a tener que explicarte lo maravilloso que eres, cielo: —me aclaré la garganta— Hudson McClaine, eres el hombre más hermoso que existe en este planeta. Y no lo digo solo yo, por ser tu alma gemela, también lo dicen miles de personas ahí fuera, de reinos tan cercanos como lejanos, que darían lo que fuera por estar en mi lugar. En el poblado solo se hablaba de lo hermosos que son los miembros de la familia real, sobre todo uno en concreto. Cuando te vi por primera vez me di cuenta de que no eran solo exageraciones. Ese día no me quedé petrificada solamente por el miedo, Hudson. —solté una pequeña carcajada, recordando cómo se me aceleró el corazón en dicho momento— Tu rostro y tu cuerpo son tan irrealmente perfectos que hacen que mujeres y hombres te deseen por igual. Y eso hablando únicamente de tu apariencia física, que es el aspecto menos importante. Luego está tu forma de ser, la razón por la que estoy locamente enamorada de ti. Eres inteligente, gracioso, carismático, amable, empático, generoso, cariñoso, detallista, trabajador y responsable. A pesar de todo el trabajo y la presión que tienes sobre tus hombros, siempre dedicas un rato para estar conmigo, un ratito que podrías invertir en otra cosa, como descansar o tomarte un tiempo para ti. Te sacrificas por la gente que amas y ayudas a los demás sin pedir nada a cambio. —sus mejillas acabaron por tornarse rojas como tomates— Puede que no te lo diga a menudo, Hud, pero estoy muy orgullosa de ti, como no tienes ni idea. Y no quiero que pienses que me desagrada vivir aquí, ¡al contrario! Ahora esta es mi casa, pero lo es porque estás tú. Cualquier sitio puede serlo, desde un enorme castillo a una choza plagada de cucarachas y ratones, con tal de que estemos juntos. Porque tú eres mi hogar, cariño. Porque eres mi familia.

INVICTUSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora