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Phoebe había pasado los siguientes días ignorando por completo a Regulus. Huía cada vez que lo veía cerca, lo cual no era muy difícil considerando que Regulus no era exactamente su amigo.

Adelaide, quien sí se había hecho cercana a ella, estaba molesta por la tensión que se creaba cuando su novio y su sobrina estaban cerca, creía que a Regulus no le agradaba por ser hermana de James y a Phoebe no le agradaba porque Regulus creía en la supremacía de la sangre y ella era mestiza. Finalmente, había decidido que si quería pasar tiempo con su sobrina, debía hacerlo sin Regulus cerca.

En clases, Phoebe se sentaba lo más lejos posible del morocho, aunque sentía su mirada sobre ella hasta el final de la clase.

—Phoebe, ¿estás bien? —preguntó su padre, al observarla mirar la comida pensativamente. Ella asintió.

Se habían colado a las cocinas los cinco. James sospechaba que algo le sucedía a su hija y que tenía que ver con lo que sea que le haya sucedido a él en el futuro. Intentaba darle tiempo para que lo hablen cuando ella esté lista, pero mentiría si dijera que no estaba ansioso por saber la verdad.

Sirius, si bien se había disculpado por la manera en que la trató cuando llegó, desconfiaba de las miradas de molestia y casi odio que le daba a Peter cuando estaba cerca, y era, probablemente, el único que notaba que cuando uno se acercaba la otra se iba y viceversa. De hecho, esa noche era la primera vez que Peter y Phoebe estaban en un mismo lugar juntos durante más de cinco minutos, aunque Peter no dejaba de mirarla de reojo, y moría por saber porqué.

Pero sobre todo, le incomodaban las miradas que Phoebe y Regulus se daban cuando creían que nadie los veía. Sirius nunca se había podido alejar de su hermano, ni siquiera luego de escaparse de su casa. Siempre estaba atento a él, y así fue cómo había notado las miradas cómplices que compartía con Adelaide desde el año anterior, cuando ambos fueron nombrados prefectos, aunque no se lo había mencionado a los demás. Regulus no miraba a Phoebe de la misma manera. Su mirada se oscurecía cuando la chica estaba cerca, señal de que utilizaba Legeremancia con ella, y las últimas veces la miraba con desconfianza e incomodidad, como si hubiera visto algo que no quería.

Por su lado, Phoebe lo miraba con añoranza, como miraba a su padre cuando recién llegó. Aquello le daba curiosidad, pero no podía utilizar Legeremancia en ella. No había logrado dominarla del todo, y temía que Phoebe se diera cuenta.

Debía ganarse su confianza y hacer que le cuente lo que sea que ocultaba. No sería muy difícil, considerando que era su padrino. O eso suponía él.

—Phoebe —inquirió, acercándose a ella y sonriendo encantadoramente. Sabía que todas las chicas caían con esa sonrisa, y utilizaba la misma para manipular a sus tías cuando era pequeño—. ¿Quién es tu padrino? Soy yo, ¿cierto?

A Remus le llamó la atención la pregunta, por lo que se acercó para oír la respuesta. Phoebe comía con tranquilidad sus papas fritas, mojándolas en ketchup.

—Por favor, Canuto. La niña ya tiene de padre a James, necesita un poco de buena influencia. Yo soy su padrino —refutó el hombre lobo.

Phoebe sonrió.

—Ambos son mis padrinos, así que no deben pelear —respondió la chica.

—Eso ofende, Cornamenta —murmuró Peter desde su lugar.

—Estoy seguro que eres el padrino de Harry. ¿Cierto, Phoebe? —inquirió, aunque su mirada era clara. “Di que sí.”

Phoebe miró a Peter. La pelirroja estaba segura de que él al menos sospechaba que ella sabía lo que en realidad era él, de qué bando estaba. Y si él jugaba, ella podía jugar aún mejor.

Sixteen [Regulus Black]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora