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Cerró la puerta de su habitación con traba y se sentó en su cama. Gruñó, para luego darle un golpe a la mesa de luz.

Maldición, ¿cómo dejaba que eso pasara? ¿Cómo diablos la niña de dieciséis años lograba nublar sus pensamientos de esa manera?

Debía parar. Debía ponerle un freno, porque la próxima vez tal vez nadie los interrumpa y haría algo que luego se iba a arrepentir.

Aunque, la verdadera pregunta era, ¿realmente se iba a arrepentir?

No podía decir que Phoebe era fea. Maldita sea, ella era hermosa, más hermosa que cualquier otra chica con la que él haya estado. Pero seguía siendo menor de edad. Una niña con toda una vida por delante, y él ya tenía treinta y cuatro años. No podía atarla a él. No cuando venía de una familia tan oscura que sólo traía dolor y sufrimiento a las personas cercanas.

Pero, diablos, no podía evitarlo. Phoebe tenía una belleza única. Con su hermoso pelo rojo, sus pecas regadas por su cara, sus ojos verdes que desbordaban ternura.

Regulus había aceptado hacía semanas que le gustaba la pequeña Potter, pero no podía decírselo. No quería ilusionarla, pues no estaba seguro de que realmente podrían llegar a funcionar como pareja. Intentaba convencerse a sí mismo que lo de Phoebe era solo un amor pasajero, que se iría en pocos días. Él no era bueno para ella, debía aceptar eso, Phoebe se merecía a alguien mejor, a alguien que pudiera dedicarle su vida completa, que la amara y que no le haga daño.

Ese alguien no era él.

Soltó un bufido. Debía tener una conversación con ella, una que no terminara con una intensa sesión de besos y toqueteos.

Salió de habitación pensando en qué le diría y se dirigió a la habitación de la adolescente, pero ella no estaba ahí. Frunció el ceño y entró a la habitación de al lado, donde antes dormían Hermione y Ginny. No estaba muy seguro si era porque Phoebe no se llevaba bien con los Weasley, o porque simplemente prefería dormir sola, pero Sirius le había preparado una habitación propia. De una cosa sí estaba seguro, era del cariño que Sirius le tenía a la chica.

Fue hacia la cocina, donde su hermano mayor hablaba con Remus y su prima Narcissa.

—¿Saben dónde está Phoebe? —preguntó sin rodeos. Los tres lo miraron confundidos, pero no preguntaron nada.

—En la bibloteca. Ya sabes que por alguna razón ama los libros de Artes Oscuras que hay ahí —respondió Sirius.

Regulus le agradeció y fue a buscarla. Ya había practicado un discurso, pero probablemente se lo olvidaría apenas viera su bonita sonrisa. Le pasaba siempre y ya casi estaba acostumbrado. Entró a la bibloteca y la vio sentada en uno de los sillones con un libro en la mano. Elevó su mirada al escucharlo y sonrió cuando lo vio.

Y como sabía que sucedería, su mente quedó en blanco y todo lo que planeaba decirle desapareció así que solo se acercó a ella y se sentó a su lado en el sillón. Debía improvisar.

—¿Sucede algo? —preguntó ella borrando la sonrisa de su cara—. ¿Está todo bien? ¿Voldemort hizo algo?

Oh, Voldemort. Otro tema más. Sabía que no iba a dejarla tranquila por más que la haya reclamado, pero aquello que hizo de abrazarla en público no fue una demostración hacia él como le había dicho al principio. Fue una demostración hacia todos los pubertos hormonales que la miraban como si fuera un pedazo de carne.

—Está todo bien, Phoe, pero debemos hablar —empezó—. Sé que te dolerá y te molestará, pero lo que sea que haya entre nosotros... debe terminar.

Ella lo miró con el ceño fruncido, comenzando a molestarse.

—Phoebe, no podemos estar juntos, y lo sabes. Tal vez no quieras aceptarlo ahora, pero lo entenderás más adelante.

—Lo que no entiendo es por qué no aceptas que me quieres como yo a ti —gruñó ella cruzándose de brazos.

Él suspiró. Debía hacer lo que mejor le salía: alejar a las personas que amaba. Por más que le dolía en el alma, debía hacer que Phoebe se alejara de él y no se le ocurría mejor forma que alejarla con palabras hirientes. Así Phoebe se daría cuenta que realmente no lo amaba y lo que sentía no era más que un enamoramiento de adolescente. Un capricho.

—Porque no te quiero, Phoebe —respondió frío. Ella lo miró con una ceja alzada, aunque en sus ojos se podía ver que la había lastimado—. No te quiero y nunca te querré, ¿lo entiendes? No me gustas, no quiero nada conmigo. Deja de buscarme y de insistirme, te ves ridícula.

Ella bajó la mirada. Maldición, él que la estaba lastimando.

—Basta —pidió.

Phoebe no era buena ocultando sus sentimientos, para nada, por lo que Regulus podía notar que cada palabra la lastimaba aún más.

Se pasó una mano por la cara y quiso acariciar la mejilla de la chica, pero ella se alejó.

—Alguien algún día te va a amar, Phoebe, pero simplemente no seré yo. Lo siento.

—No lo sientes —murmuró ella—. Me ilusionaste, me dejaste creer que realmente te gustaba. Me besaste y me tocaste, me dejaste besarte y tocarte, me hiciste sentir querida.

—Phoe...

—¿Y ahora sales con esta mierda? ¿De qué vas, Black? —inquirió.

—Lo siento, Phoebe, pero no es mi problema que te hayas ilusionado.

Ignorando si Phoebe tenía algo más que decir, salió de la bibloteca dejando a la pelirroja con el corazón completamente destrozado.

Pero el suyo tampoco estaba tan bien. Se sentía como un desgraciado por hacerle daño, pero estaba seguro que aquello era lo mejor. Si no la lastimaba ahora, la lastimaría más adelante. Nadie que se relacionara con los Black salía bien, y no quería que Phoebe sea parte de esa larga lista de gente a la que la familia Black lastimó. Debía mantenerla a salvo de él y de Voldemort.

Regulus protegería a Phoebe costara lo que costara. Ella era la única razón por la que estaba dispuesta a luchar otra guerra contra Voldemort.

Sixteen [Regulus Black]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora