CAPÍTULO VEINTICINCO

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LOS RECUERDOS QUE LLEVO DENTRO 




Me despierto de repente luego de aquel sueño, con la respiración agitada, sin embargo —sorprendentemente—, no estoy llorando como suele pasarme.

Froto mi pecho en un vago intento de apaciguar los desbocados latidos de mi corazón por el maldito sueño tan vívido, tan real, como si tanto mi cuerpo como mi mente se hubieran trasladado allí, a ese momento...

Pimienta duerme acurrucado a mi lado y cuando mis ojos se clavan en la hora, me percato que en cuestión de nada serán las seis de la tarde...

Y entró a trabajar a las siete, joder.

Luego de dejar muy temprano en la mañana a Genevieve —volviendo casi al mediodia a casa debido al transito—, me tire un rato en mi cama debido al cansancio, sin siquiera percatarme de poner una alarma, no creyendo que podría dormirme tan profundamente. 

Me levanto de un salto, Pimienta gimiendo en protesta por mi abrupto, de todas maneras no tengo tiempo para hacerle caricias justo ahora.

Me cambio rápidamente, farfullando insultos debido a que tengo mi departamento hecho un desastre y acabo de tropezar con par de zapatillas, doblando mi tobillo en el proceso.

Acaricio la cabeza de mi gato a modo de despedida, antes de salir prácticamente corriendo de mi departamento.

En cuestión de minutos llego a la parada del metro, sintiendo la respiración acelerada y a punto de vomitar el corazón.

Suspiro cuando logro tener un asiento vacío y me dejo caer con pesadez en él, suspirando con alivio luego de tremenda carrera que me pegue para llegar a tiempo a la estación.

Conecto mis auriculares a la musica de mi telefono, que no tarda en desprender alegres melodías, sin embargo es inevitable que los recuerdos de aquella noche no vuelvan a mi...



Annalise estaba profundamente dormida, acurrucada bajo todas las mantas posibles, debido a que en su habitación siempre hacía frio, es por eso que su corazón se saltó un par de latidos cuando alguien la destapó de repente y comenzó a farfullar cosas que en un principio —debido a la bruma de sueño— no entendió.

—¿Dónde demonios está? —Farfulló Harold, a quien logró distinguir entre la oscuridad. —¿Dónde. Putas. Esta? —Preguntó lentamente, mirando hacia todos lados en su habitación.

—¿Hardy? —Preguntó Annalise confundida. —¿Dónde está quién?

—Ya sabes quien —respondió él con los dientes apretados. —¿Dónde lo escondiste?

—¿Dónde escondí a quien? —Insistió ella, no tenía idea de que estaba hablando, mientras se sentaba en su cama. —¿De qué estás hablando?

—No te hagas la estúpida —dijo él con furia mientras se acercaba a ella, tomándola con fuerza por los brazos. —¿Dónde lo escondiste?

En ese momento —mientras lo observaba en detalle—, Annalise se dio cuenta de dos cosas:

La primera era que Harold tenía olor a alcohol y aquello le recordaba a su padre y eso no era algo que la pusiera feliz.

Y segundo, su rostro estaba todo magullado.

Pecado con sabor a chocolate [+21] ©️ LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora