CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

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ENTRE CONFESIONES Y PROMESAS 



 Me despierto con el estruendo que hace la puerta al ser golpeada con violencia y de manera automática e inevitable, todos mis músculos se ponen rígidos por el temor que aquello me causa.

Siento que la respiración me falta y la boca se me seca por el pánico que siento y por que sé lo que va a suceder en cuestión de nada. Me obligo a levantarme, con un leve mareo de vértigo sacudiéndome por el terror que me invade, sin embargo me digo a mi misma que es mejor abrirle cuanto antes si no quiero que Harold se enfade todavía más conmigo.

Las manos me tiemblan cuando tomo las llaves y las emboco en la cerradura, el ruido que hace ésta al girar hace que se me escape un sollozo que trato por todos los medios posibles ahogar.

«Si te escucha llorar las cosas se pondrán feas» me susurra mi conciencia.

«Cálmate Ann, todo va a estar bien, solo pretende que no tienes miedo, él puede olerlo, él disfruta de causarte terror»

Respiro hondo mientras me armo de valor y abro, sin embargo la imagen que se presenta frente mío nada tiene que ver a lo que me había imaginado en mi cabeza y es en ese momento que la resolución golpea de lleno en mi, diciéndome que soy libre ahora, que él nunca podrá encontrarme y que no tengo que tener miedo.

«Soy Minerva Wilson, tengo veinticuatro años y ya no tengo miedo»

Pierce me recorre con la mirada, una sonrisa perezosa formándose en su rostro al ver que solo llevo puesta una remera vieja y las bragas.

—Hola —murmura con voz borracha.

En ese momento me rompo, por el miedo que siento, por el pánico que acaba de producirme él sin siquiera saberlo.

Caigo de rodillas al suelo mientras las lágrimas incontrolables comienzan a salir de mis ojos, la angustia y los sollozos desgarrándome la garganta, las palmas de mis manos sobre mi rostro tapando la vergüenza que siento en estos momentos por ponerme de esta manera, cuando él siquiera tiene idea de que está pasando.

—Hey... —dice él confundido y cuando lo siento acercarse para ver como estoy, por acto reflejo me cubro con las manos. —Minerva, ¿qué demonios haces? —Pregunta con voz dura.

—Por favor no me lastimes —logro murmurar entre balbuceos inentendibles, pero es que no puedo controlar lo que digo, ni lo que siento, ni los recuerdos que me invaden sin quererlo.

La puerta se cierra, haciéndome saltar en mi lugar del susto que aquel simple sonido me provoca. Las manos de Pierce se cierran sobre mis muñecas, intentando apartarlas de mi rostro.

—Minerva... —dice, con voz borracha y preocupada, aunque firme.

—No —respondo, por que no estoy lista todavía para que me vea de esta manera.

—Minerva —repite, esta vez ejerciendo la presión suficiente para separar mis manos de mi rostro. Una vez que logra su cometido, sujeta mis muñecas con una sola mano mientras que con la otra levanta mi mentón, para así poder mirarme a los ojos. —Yo nunca, pero nunca te haría daño —dice, recalcando cada palabra.

—Lo sé —respondo, por que realmente sé eso.

—¿Y por que te pusiste de esta manera? —Pregunta con calma.

—Porque pensé que eras él —logro decir, mientras las lágrimas vuelven a salir de mis ojos, amargas y dolorosas.

—Oh douce*... —dice él en ese perfecto francés.

Pecado con sabor a chocolate [+21] ©️ LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora