CAPÍTULO TREINTA Y TRES

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UN BESO RUSO 



Estoy despierta hace un largo rato, mirando el techo de la habitación del hotel: es blanco, una enorme lámpara de led está en medio, apagada por supuesto, mientras la única lámpara de pie en mi esquina izquierda se encuentra encendida, llenando de escalofriantes sombras la habitación.

Las enormes cortinas de la habitación están abiertas, sin embargo no se escucha absolutamente nada, siquiera las sirenas que parecieran nunca apagarse en la ciudad de Nueva York, no es así con las luces de la ciudad que nunca se extinguen.

Es un buen hotel, no voy a negarlo, seguramente las habitaciones son a prueba de sonidos molestos.

Estoy divagando de nuevo, lo sé, pero es mejor de esta manera, porque los otros pensamientos..., bueno, no estoy lista para enfrentarlos aún.

Así de cobarde soy.

«El sexo es solo sexo» me repito, nada tiene que cambiar, puedo vivir con ello.

De todas maneras, no puedo evitar pensar en todas las cosas que hice en las últimas horas, todos los prejuicios que me corroen la sangre por el simple hecho de haber disfrutado algo que para la sociedad está mal visto y es que si tengo que ser sincera, nunca fui una persona prejuiciosa, pero tampoco nunca me hubiera imaginado que podría llegar a tener sexo con una mujer y un hombre al mismo tiempo.

Y no quiere decir que no me haya gustado, sino todo lo contrario y eso es lo que me hace sentir confundida.

Lena duerme plácidamente en mi costado derecho, acurrucada como un gatito y la sabana llegándole por encima de la cintura. Su cabello rojo hace contraste con la almohada blanca debajo y tiene un tierno mohín en los labios, sus pequeños pechos balanceándose con cada respiración y un colorido tatuaje adornando sus costillas derechas de las cuales siquiera le vi mientras follábamos.

Demonios, ¿qué carajo hice?

En mi costado izquierdo está Pierce, con un brazo debajo de su cabeza y otro sobre su vientre, el elástico de los bóxer sobresaliendo por la sabana, su respiración tambien es acompasada, su pecho subiendo y bajando con tranquilas respiraciones, sin embargo tiene el ceño fruncido, como si algo lo preocupara. 

Mierda, que bueno que está.

Suspiro nuevamente, volviendo a acomodarme sobre mi espalda ya que me encuentro en medio de los dos, como si fuéramos una extraña pareja de esas poliamorosas que descansa junta después del sexo salvaje y maravilloso. Suspiro de nuevo.

Demonios, tengo que salir de aquí y dejar de suspirar como una estúpida. 

El olor a sexo y nuestros perfumes mezclados impregnados en las almohadas debajo mío me hacen sentir incómoda, por lo que lentamente —e intentando por todos los medios no despertar a nadie, siendo silenciosa como una ninja— comienzo a hacer mi camino fuera de la cama, ayudándome con las palmas de mis manos a arrastrarme por las finas sábanas pijas de quien sabe cuantos miles de hilos.

Me quedo completamente quieta cuando Pierce se remueve, estirando su brazo allí donde yo me encontraba, como si estuviera buscando algo, frunce el ceño unos cuantos segundos, antes de volver a relajar su expresión y volver a dormirse.

Por los pelos, tengo que salir de aquí.

Ahora. 

Es más facil escaparse cuando nadie te ve, sin dar explicaciones, como esos padres que van a comprar cigarrillos y nunca vuelven. 

Pecado con sabor a chocolate [+21] ©️ LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora