CAPÍTULO TREINTA Y SEIS

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MI MANERA DE PEDIR PERDÓN 


PIERCE 


El crepitar que hace la comida al ser freída hace que salga muy lentamente de la inconciencia, así como también el olor a tocino hace que mi estomago se queje por el hambre a pesar de sentirse revuelto por la cantidad de alcohol consumido. El dolor de cabeza siquiera me deja pensar de manera coherente, mientras la nebulosa de la resaca me dificulta la tarea de saber donde putas me encuentro.

Cuando abro los ojos tengo que volver a cerrarlos nuevamente, debido a la cantidad de luz que entra por las ventanas.

¿Qué demonios? Estoy seguro de que cerré todo antes de irme de mi departamento, no es posible que las cortinas de mi habitación estén abiertas cuando suelo mantenerlas siempre cerradas.

¿Y el olor a comida? ¿Por qué demonios Juana está cocinando tocino?¿Y porque mierda el olor está llegando a mi habitación?

Algo está terriblemente mal. 

Medio gruño cuando vuelvo a abrir los ojos, dándome cuenta de dos cosas: la primera es que claramente no estoy en mi departamento y la segunda es que quien medio baila con el trasero medio al aire mientras cocina es Minerva.

¿Qué, en el infierno, está pasando?

Logro incorporarme sobre mis codos, dándome cuenta de que un gato peludo está sentado por entre mis piernas, mirándome fijamente de una manera que malditamente me hace dar miedo. Es como el puto gato diabólico del cementerio de animales. Mis ojos vuelven a clavarse en Minerva, que se encuentra ajena a lo revueltos que se sienten mis pensamientos en estos momentos.

¿cómo demonios llegué aquí? ¿Acaso dormimos... juntos?

No, no puede ser, no soy de esos que se acurrucan.

¿Follamos? Por la dura erección que siento apretándose contra mi vientre sospecho que no, de todas maneras no estoy seguro, debido a que cada vez que la tengo cerca mi pene parece cobrar conciencia, sintiendo la puta necesidad de hundirse en ella, como si fuera el hogar que hace tiempo estaba buscando.

Minerva mueve su culo cubierto por unas bragas blancas de un lado al otro, supongo que imaginando una canción en su cabeza y me hubiera reído si no fuera porque estoy enojado, aunque no entiendo muy bien la razón por la que me encuentro de esta manera.

«Si lo sabes» me murmura mi subconsciente.

Saco las piernas por debajo de la sabana y en ese momento ella se da vuelta, con un cucharón alrededor de sus carnosos labios, mirándome con esos enormes ojos marrones fijamente.

«Mierda»

—Buen día —musita.

—¿Qué mierda pasó anoche? —Lanzo de sopetón, arrepintiéndome en ese mismo instante por la manera en la que su cuerpo se encogió con algo parecido al dolor.

—Tu..., tu viniste anoche —es todo lo que responde.

—Mierda —digo, cerrando los ojos y cepillando mis ojos con mi dedo índice y pulgar.

—Acaso... —comienza diciendo ella con voz débil. —¿Acaso no te acuerdas de nada?

—No, ¿de que debería acordarme? —respondo y no se porque demonios estoy comportándome como un capullo.

Pecado con sabor a chocolate [+21] ©️ LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora