XXV

447 72 10
                                    

-Respira hondo, Satō.

-¡Eso intento!

-No lo intentas lo suficiente.

-¡Claro que lo hago!

-No grites, debes relajarte.

-¡Estoy relajada!

-Te lo advierto, si sigues gritando así...

Hatsumi-sensei ni siquiera pudo terminar la oración cuando fue interrumpida por el estruendoso sonido de un cuerpo de 60 kilogramos cayendo directamente al agua desde una altura aproximada de quince metros. Así es, hablo de mi cuerpo.

Las últimas semanas habían sido duras. Me había estado sometiendo a horas y horas de meditación guiada por mi maestra, aunque no siempre funcionaba del todo; es bastante difícil encontrar la paz mental cuando tienes a alguien que te pide que relajes tu cuerpo y, al mismo tiempo, pica tus costillas con una rama seca. Aunque supongo que se me complicó un poco más por el simple hecho de que yo nunca había hecho meditación antes. Me había acostumbrado a estar tensa todo el tiempo. Dejar fluir las cosas me parecía, en ese momento, una posibilidad muy lejana.

Estuve debajo del agua por unos pocos segundos y luego salí sin mucha dificultad. Concentrar chakra en los pies para evitar sumergirme no era una opción, pues en realidad había caído de espaldas. Frente a mis ojos cansados se elevaba la majestuosa y angosta roca grisácea sobre la que había estado parada apenas unos segundos atrás. Si inclinaba mi cabeza un poco más, sería capaz de ver la expresión de burla de Hatsumi-sensei asomándose en la orilla. Pero no lo hice. No solo fue porque sentí que mi cuello se rompería por el esfuerzo hecho hasta el momento, sino que también quería evadir esa mirada que confirmaba el precio que tenía que pagar por fracasar.

Unas semanas atrás, se le ocurrió a mi maestra la brillante idea de ponerme condiciones con el propósito de "motivarme y mejorar mi rendimiento". Ella me conocía muy bien. Ella sabía perfectamente cuál era mi punto débil. Por supuesto que se trataba de involucrarme en situaciones incómodas donde tuviera que convivir con alguien que no formara parte del grupo de cinco personas -personas que no fueran adultos o familia- con quienes no me incomodaba hablar. Dado que Mako y Kai no se encontraban en la aldea, ese número de por sí pequeño se achicaba aún más. Lee, Ino y Tenten. Nadie más.

De las cinco veces anteriores que me puso una condición de ese tipo, perdí dos. Como primer castigo, me envió a entregarle un mensaje a Kurenai-sensei. La encontré cerca de la entrada de Konoha, iba de camino a una misión con su equipo. Los saludé a -casi- todos con una inclinación y, no mucho después, fui reprimida por un castaño menor que yo por no haber saludado a su perro.

-¡Akamaru también es parte del equipo! ¡Discúlpate!

No supe cómo reaccionar. Él se veía realmente molesto. El chico de los lentes oscuros observaba la escena con las manos metidas en los bolsillos de su chamarra, sin decir una palabra. Hinata, por su parte, tomó entre sus finos dedos la tela de la chaqueta negra de su compañero y tiró de ella.

-Vamos, Kiba- murmuró-. Ella está aquí para hablar con Kurenai-sensei. Adelantémonos.

-¡Pero, Hinata...!

-Tiene razón. Esto no nos incumbe - añadió el chico del clan Aburame.

Los tres... quiero decir, cuatro, se adelantaron. Le entregué a la pelinegra el mensaje que se me había encargado y me esfumé antes de que la jonin pudiera siquiera agradecerme.

En la segunda ocasión, se me ordenó que me ofreciera de voluntaria en el hospital de Konoha. Claro que eso no contaba como ser voluntaria; yo estaba siendo obligada a ofrecerme como una. Aún así, no me preocupé demasiado. Las cosas estaban bastante tranquilas en la aldea, así que dudaba mucho que necesitaran de la ayuda de una torpe e ignorante de las técnicas de sanación.

𝑓𝑙𝑜𝑟 𝑑𝑒 𝑙𝑜𝑡𝑜 [𝗻𝗲𝗷𝗶 𝗵𝘆𝘂𝗴𝗮] ハスの花Where stories live. Discover now