XIV

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Las siguientes dos semanas después de aquel agotador día de visitas en el hospital fueron de lo peor

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Las siguientes dos semanas después de aquel agotador día de visitas en el hospital fueron de lo peor.

Pasé seis días más recuperando mis fuerzas sobre la incómoda camilla. Después de eso fui dada de alta y obligada, por mis propios padres, a permanecer encerrada en mi habitación para evitar cualquier contacto con el exterior que pudiera hacer que la herida en mi cuello se infectara o reabriera, ignorando por completo las palabras de la enfermera que aseguró que la alargada línea ya había cicatrizado casi por completo gracias a los tratamientos. Incluso cuando traté de explicárselos yo misma, se negaron a escucharme y trabaron la puerta de mi alcoba con un closet de madera, abriéndola sólo para casos especiales como comer o ir al baño.

Me pasé cada minuto recostada en mil posiciones distintas sobre mi cama, pensando y pensando sobre aquello que tanto me carcomía por dentro. Si bien creí haberme librado de esa tortura mientras estaba en el hospital, ahora estaba pagando muy caro el haberlo prolongado tanto.

Una de las cosas que no me dejaba ni respirar con libertad era la tan real posibilidad de no volver a ser ninja por decreto de mi angustiado padre. Las palabras que salieron de su boca aún dolían como el demonio, y sumaban un gran peso a mi fatal estado; todo lo que había hecho hasta entonces, todo mi esfuerzo y dedicación podrían ser tirados a la basura, haciéndome obtener todo lo contrario a lo que más deseaba en el mundo: la aprobación de mis padres. El ser reconocida por ellos como una talentosa kunoichi. Eso era todo lo que quería, y la posibilidad de perderlo me desquiciaba hasta el punto de hacerme querer gritar.

Estar encerrada en un espacio tan pequeño no era de gran ayuda, pues mientras más ansiosa me sentía, más reducido y asfixiante me parecía el lugar. No había forma de librarme de todas esas emociones e inseguridades que amenazaban con salir disparadas por todos lados. La sensación de perder por completo el control apareció de nuevo, pero esta vez amplificada a la décima potencia. Sentí que mi cordura pendía de un delgado hilo viejo que sería trozado en cualquier momento.

Dolor, dolor, dolor. Eso era todo lo que sentía. Dolor porque no era una buena kunoichi. Dolor porque no había sido capaz de impedir que mis dos mejores amigos recibieran heridas graves. Dolor porque mis padres no me comprendían. Dolor porque ni yo misma comprendía los cambios que ocurrían dentro de mí. Las cosas iban de mal en peor, y lejos de evitar que mi herida se abriera, sólo incrementó su tamaño al doble. No hablo del aspecto físico, claro. Lo que sentía iba mucho más allá de lo físico. Estar en esas condiciones parecía una clase de tortura psicológica que me hacía temblar.

Iba por el cuarto día de encierro cuando mis oídos comenzaron a zumbar. Sentía una abrumadora presión sobre ellos, como si de estar a 100 metros bajo el mar se tratara. Me había negado a llorar para dejar salir todo aquello que me quemaba; pues a pesar de que nadie podía verme, sentí que no podía darme el lujo de mostrar debilidad después de todo lo sucedido. Y al principio eso estaba bien, pero poco después tuve la sensación de que no podría contenerlo en mi interior por mucho tiempo más. La presión en mis oídos era solo un recordatorio de que mi cuerpo no era capaz de cargar con tal peso.

𝑓𝑙𝑜𝑟 𝑑𝑒 𝑙𝑜𝑡𝑜 [𝗻𝗲𝗷𝗶 𝗵𝘆𝘂𝗴𝗮] ハスの花Where stories live. Discover now