Prefacio

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Un trabajo sencillo decía el jefe con una gran sonrisa en los labios. ¿Por qué debería investigar un suicidio? La calle 6 está vacía, aquella oscuridad recorre mi cuerpo; la casa al final de la larga carretera es el escenario de una de las muertes más esperadas desde mucho tiempo atrás; mi padre decía que cualquier momento es el perfecto para morir, aunque, la muerte de un chalado no es suficiente razón para tener que salir corriendo de casa en acción de gracias.

"El deber llama" repite una y otra vez en mi mente el hombre gordo que dirige el periódico local. La entrada de la vieja casa de 2 pisos está rodeada por hermosos robles y pequeñas flores, apenas pongo un pie en el desgastado escalón un nuevo escalofrío toca la punta de mis dedos; con el mango del paraguas que llevo en mi mano golpeé dos veces la puerta de madera brillante.

Para mi sorpresa, abre una joven mujer de ojos pequeños y sonrisa sincera; pero pese a eso, en definitiva: destruida, sus ojos cargan el peso de ondas ojeras, mientras su desgastado rostro tiene pedazos de suciedad que esconden tras de sí uno de los mayores dolores del mundo, la partida.

— Cuando me dijeron que tendría visitas fantásticas, no lo creí posible —dijo ella con un suspiro—; pase señorita, el periódico espera sabrosas noticias, para seguir llenando la mente de sus lectores de habladurías.

— Gracias. —exclamó sin emoción.

Cuando decidí ser periodista, nunca imaginé terminar hablando con una reciente viuda, más aún, seguir llenando de dolor su rostro; no te enseñan a ser periodista en la facultad de una mediocre universidad, algunas veces parece que nadie lo hace.

La estancia es oscura y aterradora, todas las cortinas están corridas, y cada uno de los muebles tiene una sábana blanca sobre ellos; el polvo no encuentra lugar donde meterse, un gato negro sale a mi encuentro, su pelaje sucio me conmueve; dejo como nota mental llevármelo si es posible.

— Tome asiento. —dijo una vez que llegamos a lo que parece ser la sala.

— ¿Qué pasa aquí? —exclamé sin poder evitarlo.

— La muerte, señorita. ¿Acaso una joven y desamparada mujer no puede darse el lujo de llevar el duelo como le parezca?

— Tiene razón señora —incómoda rasco el borde de mi mano buscando tranquilidad—; permítame hacerle unas preguntas.

— Para eso vino, ¿no?

— Si.

— Le doy mi aprobación para meterse en mi vida como se le antoje, querida.

— Bien.

— Hable de una vez —apuró con una sonrisa—; parece que alguien hubiese muerto.

— ¿Quién era su esposo?

— "Era", que extraña palabra, ¿no lo cree? Un día somos y al otro éramos; escalofriante.

— Disculpe que interrumpa su monólogo, señorita...

— Llámeme Amanda, querida, no hay formalismos; en breve le contaré todo lo que desea.

— Claro, Amanda. Permítame repetirle la pregunta; ¿Quién era su esposo?

— El hombre más maravilloso, si sobra decir; tales fueron sus aprecios hacia mí, que aún recuerdo cada pequeño movimiento de su ahora inanimado cuerpo, como si hubiese sido hace un momento, querida. Al fin y al cabo, logró su cometido, ¿no cree usted?

— ¿A qué se refiere, Amanda?

— Algunos anhelan la fama, el dinero tal vez, pero, créame cuando le digo, que el hombre con el que conviví tres meses y un poco más, dejaba todas esas fascinaciones en ridículo.

— La escucho, Amanda.

— ¿Sabe usted, qué es lo único incontrolable en este mundo?

— La muerte, por supuesto.

— Pues toma ya, querida. Su amor por el final lo llevó a apresurarlo todo.

— ¿Su marido se suicidó?

— No, por supuesto que no. Él encontró las respuestas —indicó emocionándose—, ¡él es el hombre más grande de este mundo!

— Explíquese, señora.

— Es que, no hay mayor explicación que esto, querida. Mi hombre, venció la muerte.

— Si me permite preguntarle; disculpe, que la interrumpa de nuevo...

— Rompió todos los pronósticos, ¿entiende eso, querida? En estos momentos, él está culminando su investigación.

— Amanda...

— Cuénteme.

— ¿Qué fue lo que realmente sucedió, Amanda?


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MoriréWhere stories live. Discover now