Capítulo 22

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Un siempre que sería más corto de lo habitual.

Se suele decir que aquello que damos por sentado es lo que primero desaparece, la fiesta había terminado mucho tiempo atrás, trayendo de algún ridículo modo paz a las jóvenes, no tendrían que seguir velando alguna reacción por parte de los invitados.

El pasillo resonaba con los pasos del marido, se debatía de un lado a otra sabiendo por enésima vez, que la decisión que le correspondía no era la indicada, tomó como última opción una gran botella con un líquido amargo, calentando más que su garganta la iniciativa; los zapatos le tallaban en el talón, las mangas de su vestuario empezaban a apretarle, soltando los botones hasta la mitad de su pecho se encaminó por fin a la decisión final, si bien no tenía opción, el largo pasillo parecía igual de largo y eterno como el martirio con el que cargaría después de esto.

Se acercó a la habitación de donde provenía la única conversación, tomando una gran bocanada de aire, se dio palabras de aliento para luego vociferar:

—¡Amanda!

Con el oído pegado a la puerta la escuchó rezongar.

—¡Vamos, cariño!

Golpeó con fuerza la puerta con el borde de su zapato, provocando que la herida en la parte posterior de su pie temblara; se mordió la lengua conteniendo las lágrimas y gritó con fuerza.

—¡Abre la maldita puerta, Amanda!

Estrelló esta vez la botella ya vacía contra la pared, escuchándolas de nuevo contener el aliento, estaba fuera de sí.

Como esa vez.

El recuerdo le hizo cerrar los ojos con fastidio, el alcohol estaba haciendo de las suyas, sintió como del interior de su boca brotaban rojos mares de metálico líquido, eso, le entregó un aire de satisfacción para recibir el rostro de su mujer.

—¿Qué desea?

—¿Acaso ha olvidado nuestro baile? Podría recordarle si así lo desea cómo sus brazos se adaptaban a mis hombros junto al tiempo desigual de la música.

Se tambaleó con una sonrisa enorme, mirándole a los ojos; a ella se le escapó una sonrisilla mientras le veía hacer tales cosas.

— Perdóname, cariño —murmuró con amor —. No debo esperar más.

Dichas las palabras, cruzó la habitación con remordimiento, encontrando a su objetivo sentado descuidadamente sobre la cama.

—Betty, cariño —sonrió con hipocresía—; necesito que me acompañes afuera.

Le miraba con recelo, pero obediente, como ninguna otra vez, cumplió su orden. El hombre le tomó del brazo con más fuerza de la necesaria, marcando sus largos dedos sobre la blanca piel de su contraria.

—¡¿Sabes qué hora es, Betty?! —habló fuerte para que su esposa le escuchara—. Es la hora en la que, el hermano de tu marido dejará de mantenerte.

—¿Qué dices? —musitó la mujer intentando no entrar en pánico.

— Sabías que nada es eterno, ¿verdad? Pues ¡sorpresa!

— No puedes dejarme en la calle.

— Me parece que eso es justo lo que he hecho. —soltó una carcajada vacía.

— Abusarán de mí. —se desesperó.

— Me parece que ningún vago tendría interés en una abandonada mujer, como tú.

MoriréWhere stories live. Discover now