Capítulo 20

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La casa por fin se encontraba vacía y por consiguiente, las mujeres se habían encontrado, más que asustadas; la más joven lloraba a cantaros mientras Betty le limpiaba las mejillas con delicadeza maternal, habían durado unos cuantos minutos abrazadas, rogándole a cualquiera que quisiera escucharles, pero, aquello no tenía marcha atrás.

La habitación de Amanda había vuelto a ser testigo de aquella conversación.

— Ya está, cariño.

— Sigo sin entender qué tienen de especiales. —señaló su despeinado cabello.

— No son unos pasadores cualquiera, Amanda —sonrió al hablar—, ellos no suelen dar cualquier cosa, querida. Estos; tienen más valor de lo que imaginas.

— Siempre pensando en el dinero. —comentó con rabia.

— No me refería a eso. Cuando él tomó la decisión de regalármelos significaba algo para él.

— Quizá lo sigas siendo.

La contraria rio hasta las lágrimas, se tomaba la cabeza con frustración, temía hablar, pero estando tan cerca del final cualquier cosa que saliera de su boca sería poco.

— Él me entregó. Tal y como tu esposo, ellos le siguen obedeciendo. El amor por mucho que sea, significa demasiado poco, no les dolería romper un corazón si con ello mantienen contento al hombre.

— ¿Estás segura de todo eso?

— D. no había golpeado a nadie hasta que él lo ordenó, no me sorprendería que así esa sea la razón de tu mejilla amoreteada —suspiró pesadamente—, ellos morirían por él si así fuera ordenado.

— P-pero...

— Cualquier excusa es válida —le interrumpió—, solo un hombre con poder puede hacer lo que él hace; el temor es su estrategia y su esposa, como ya sabes es la herramienta.

— Podríamos irnos de aquí, Betty.

— No.

— ¡Betty, no aguanto un segundo más en este maldito lugar!

— Tú, tienes algo que yo no. —le habló bajo.

— ¡¿De qué hablas?!

— Te dije que las leyeras todas, cariño. —se molestó.

— Tres sobres. —habló más para ella misma.

— Amanda —se quejó—, debiste hacerlo.

— Las leíste.

Ella guardó silencio y Amanda lo tomó como un asentimiento.

— Debí habértelo dicho; no quiero que pases por lo que yo pasé.

— La decepción es un poco más fácil si te tengo aquí. —murmuró apenada.

La mayor guardó silencio procesando las palabras recién pronunciadas, una vez había sido despachada del que sería su hogar, se prometió no recaer frente a alguna esperanza de cariño. ¿Acaso con ella era diferente? Una chica, un tanto ingenua para su edad, solo Betty podía enseñarle como los hombres se comportaban realmente, estos, podían ser traicioneros, embusteros, desalmadas y algunos adjetivos más, pero, a su vez, no hay nada que pueda compararse con la forma tan real de amar.

Los hombres de la familia de Lincoln eran de ese tipo; el padre mostraba sus garras ante todo aquel que no le obedeciese, pero, también amaba a la madre de sus hijos como un niño, Betty sabía que D. le amaba, más bien, que Clinton le amaba.

MoriréWhere stories live. Discover now