Capítulo 6

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Agobiante era la espera en el exterior de la habitación, las voces de la pareja era un simple susurro desde el otro lado.

— Vete —se reprendió a si misma—, estás perdiendo tu tiempo, Amanda.

Habían pasado más de unas cuantas horas y la joven seguía esperando en la puerta, según ella, buscando algún indicio de lo que sucedía dentro; sentía como el corazón le golpeaba fuerte en el pecho, rascaba con fuerza el borde de su mano controlando su instinto, no entraría por esa puerta si él no lo deseaba así, haría como si nada le importase.

— Vete. —se repitió.

Aunque le costaba aceptarlo, desde que llegó Lincoln a casa, la vida de Amanda había tomando un giro muy interesante, como vivir en blanco y negro para luego enterarte que hay millones de colores a tu alrededor; nunca había interactuado con nadie además de su padre, estudió en casa, los profesores resolvían sus dudas como si de aquello dependiese la vida, lo había tenido todo, su padre así lo había hecho.

Él le decía que lo hacía por mamá.

Amanda estaba recostada en las rejas de la ventana cuando la puerta se abrió de golpe, tal había sido la fuerza que el estruendo resonó por todo el pasillo.

— Te necesitan, Amanda. —dijo la chica sin mirarle.

— Llevan horas allí, no creo que encuentre una excusa suficientemente buena.

— No te crees historias, querida. El hombre que está en esa habitación no podría hacerte daño ni aunque así lo quisiera.

— Pareces conocerlo muy bien. —ironizó.

— Nada de lo que yo te diga puede hacer que cambies de opinión, es mejor así; date cuenta por ti misma en lo que tu padre te metió.

— Ya.

Betty caminó hacía su nueva habitación; lo último que Amanda vio, fue el abundante cabello de la mujer, negro como el carbón. Ella tenía razón, tenía que enterarse en qué la había metido el viejo.

— Amanda. —una voz profunda llegó desde la habitación.

El momento que llevaba esperando por horas había llegado, intentaba creer que no tenía miedo de lo que pasaría, era un simple hombre, ¿lo era?

Había astillas regadas por el suelo donde la puerta había impactado.

— ¿Qué desea? —la voz le salió en un hilo.

— Tienes derecho a hacer las preguntas que quieras, querida.

En otras circunstancias, la saliva le hubiese sido insuficiente; pero lo único que logró articular fue:

— Meta a las mujeres que quiera en esta casa.

— ¿Qué? —el hombre intentó mantener la calma.

— Me ha escuchado —tragó fuertemente—; considérelo un favor, Lincoln.

— Amanda...—empezó.

— No intente excusarse, amado mío. Tiene derecho a meter a las mujeres que desee.

— ¿Pero? —inquirió.

— No espere ni una sombra de respeto por mi parte.

El hombre carcajeó abiertamente, tomándose las rodillas.

— No lo merezco, Amanda —respondió sonriente—; y tampoco lo deseo.

— ¡Perfecto!

— Otra cosa, Amanda.

— Dígame.

— No espere que excuse mis actos.

— Bien. —concluyó mirándole con rabia.

— ¡Qué bueno que nos entendemos! —ironizó.

— ¿Lincoln?

— ¿Sí?

— No espere un trato diferente de mi parte. Quizá traiga alguna persona conmigo.

— Ni se le ocurra...

— ¡Me alaga su preocupación! No le servirá de nada. —le interrumpió.

La chica se dio la vuelta dejándole sin palabras, la mano del hombre se contraía en un puño mientras ella cerraba la puerta con un portazo, más astillas se regaron por el suelo y le recordaron a Lincoln sus principales intensiones.

Se dirigió al único mueble que adornaba la instancia, con un movimiento forzado usó el mismo como soporte, tomando un viejo lapicero que descansaba en el bolsillo interno de su gabardina, marcó trazos irregulares a lo largo de la hoja, apenas era legible lo que escribía, pero eso o poco nada le importaba. Las dos hojas utilizadas fueron dobladas a la mitad e introducidas en un sobre usado. Como último movimiento, el joven garabateó su nombre.

Suspiró pesadamente antes de cruzar el pasillo con la mirada de la joven encima, quién agarraba los barrotes de la ventana como si de una cárcel se tratara.

— Moriré pronto. —le dijo a la chica mirándola de reojo.

— Bien.

Con la garganta cerrada, bajó las escaleras de dos en dos.

— Bien hecho. —se murmuró.


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MoriréWhere stories live. Discover now