Capítulo 13

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¿Cómo saber que ella era la indicada?

Lincoln lejos de parecer cuerdo, se miraba en el reflejo de la ventana, no quería volver a la cama, temía que el recuerdo le acechara de nuevo.

— Eso no evitará nada. —le dijo al vacío.

Tenía miles de cosas en la cabeza, más de las que un simple hombre podía cargar por sí mismo; recordó de la nada la melodía de un piano, terrible y alucinante, esta le llamaba al pasado, justo al momento en el que todo parecía ir bien.

— ¿Esperas que esa chiquilla te arregle la vida? —su reflejo habló— Eres un maldito egoísta.

El olvido se hacía más fácil junto a ella, estaba volviendo al ciclo vicioso. Ya había sucedido una vez y ocurrirían las veces que fuesen necesarias.

Amanda debía acabarlo. Debía ser ella quién le arrancara de aquel infierno.

¿En verdad lo creía?

No entraría, no lo haría. Solo él sabía de lo que ella era capaz, Emmanuel lo dijo alguna vez. Una joven maldita, encerrada en una vieja casa, criada por un hombre de comportamiento reprochable no podía ser mucho mejor que él.

— Déjalo —esta vez el reflejo alzó la voz—; no la olvidarás, mandarás cientos de cartas, recordarás siempre lo que ella te hizo sentir. No quieres olvidarlo.

— Cierra la maldita boca.

— ¿Su pasado es lo que le asusta? —ya no era el reflejo quién hablaba.

— Yo...

— Hablemos claro, cariño —ronroneó—. Aquel que teme es porque esconde algo, ¿no lo dijo papi alguna vez?

— No sabe nada.

— Le tiembla la voz al niño de mamá. K., el dulce castaño que no rompía un plato, quién aceptaba los castigos sin derramar lagrima.

— Basta. —suplicó.

— K. —continuó la silueta en la ventana—, papá no solucionará esto. Dos veces son demasiadas para él.

— ¿No debí?

— Debiste correr cuando ella te dijo que lo hicieras; ahora ambos están muertos.

— Ella no quiere saber de mí. —sacó como excusa.

— Su nombre fue tallado en una lápida.

Él lo sabía, la había visitado miles de veces, se había quedado sin lágrimas de tanto llorarle; no podía fingir.

— Yo... —intentó.

— ¿Qué? —volvió a ser él.

— Yo...

— ¡¿Qué maldita sea?! —gritó desesperado.

— Yo no quería que pasara. — concluyó.

— Lincoln K. —canturreó—, eres culpable de muchas cosas. Demasiadas diría yo. Una joven pobre con un padre idiota no de absolverán de ninguna de ellas.

— Amanda lo hará.

— ¿Te parece correcto? Escribirás cartas llenas de amor a tu más enorme martirio, mientras condenas a otra mujer a estar a tu lado. Eres un idiota, papá lo dijo, nunca se cansó.

— Yo no quería que pasara. — repitió.

— ¿Qué no querías que pasara? —inquirió.

— No quería que muriera, tú sabes que la amaba.

— Pero era un problema, ¿no es así? —el reflejo sonrió

— Claro que lo era, papá...

— ¡Papá! —graznó atormentado— él no tiene nada que ver. K. no sabe que decir, K. sigue a la sombra de papá.

— Yo no le pedí que la matara.

— ¿No lo hiciste?

— Yo no la maté —lloró esta vez—, yo la amaba.

— Es tan culpable el que da la orden como el que ejerce el crimen.

El reflejo tenía razón de nuevo.

— Ella...

— Ella era un problema. — dijeron al unísono.

Lo sabían, todos lo sabían.

— K. mató al amor de su vida. 


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MoriréWhere stories live. Discover now