Capítulo 25

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La noche había pasado lenta y agotadora, con los dos amantes —amantes reales—entrelazados, bajo el árbol habían dormido, quizá uno con más ánimo, pero, inmensamente cómodos con la presencia del otro. Fue, Lincoln el más sorprendido, la pequeña mujer descansaba la cabeza sobre su regazo, respirando lento y pausado, regalándole una de las mejores vistas. Aún dormitaba cuando su marido un tanto sorprendido rezongó desperezándose.

— Es maravilloso verla al despertar, querida.

Ella, sonrió ante el comentario; sus mejillas se encendieron.

— No es muy diferente mi dicha. —comentó ella por su parte.

La comodidad del espacio era algo de segundo plano, el estar juntos de esa manera tan peculiar los llevaba al mismo cielo, aunque, sus espaldas estuvieran en ángulos extraños y el mar de extremidades en posiciones un tanto difíciles de creer.

— Ha leído mi carta por lo que puedo ver. —se conmovió al decirlo.

Asintió con la cabeza.

Había sido una noche llena de confesiones y sentimientos encontrados, amor si se quería. Aquello que solía durar poco, devastando todo aquello que abarcaba su campo de acción.

Amanda, temerosa, procesaba aún las palabras que en algún momento leyó, sonreía ante la ligera posibilidad de ser feliz, de querer a alguien al que no le bastaran unas cuantas palabras al día, ella quería que cada uno de los versos de amor fueran dedicados hacia ella, quería leer millones de cartas con la firma de Lincoln en la parte inferior.

— Y desearía leer todo lo que salga de su puño, Lincoln.

Ansioso ante tal comentario sintió como su garganta se encogía en un nudo.

— Aquello podría ser nuestro secreto, es muy pronto para decirle que ahora mismo le escribiría las cartas que usted me pidiera, Amanda querida; sin embargo, se lo digo.

— En ese caso, me encantaría leerle. —convino ella con una sonrisa de oreja a oreja.

Lincoln, ante el comentario, hizo ademán de levantarse, hacía frío aquella mañana, deseaba llevar a su mujer a la cama y descansar junto a ella las horas restantes del día, sin embargo, se contuvo, seguramente aquello sería un acto descabellado por parte del hombre y mal recibido por la joven.

Lo suponía.

Suponer. Así como había hecho un millar de veces, le extrañaba como no perdía aquella costumbre, estaba en él adelantarse a cualquier situación que implicara un mínimo de riesgo en la vida. Quizá el temor le acechaba de formas misteriosas, confiaba en que ello cambiaría.

"Estando tan cerca del final, sería bueno evitar esas tendencias que tanto detesto." pensó ensimismado.

No le daba escalofríos pensarlo, como había pasado unos meses atrás, una vez cruzó su propio límite, los pensamientos relacionados se veían como un alivio; por egoísta que sonara aquello, más aún cuando horas antes había abierto el camino agradable en el matrimonio.

— Nuestro compromiso es puro papeleo. —habló con un tanto de amargura.

— Me temo que tiene razón, querido. —contestó ella sin darle importancia.

— No parece importarle.

— En realidad, nada me hubiese hecho más feliz que escribir unos brillantes votos de boda, caminar de vestido blanco hacía el altar y tomar de la mano a mi amado. —sin pensarlo, ya se imaginaba en aquella situación.

— Podría solucionar todo eso con solo mover un poco los hilos, ¿lo sabe?

— No tendría sentido entonces.

MoriréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora