Capítulo 1

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El matrimonio dejó de ser hace mucho tiempo la única forma de sobrevivir tras la muerte de los progenitores; pero, ¿qué tan cierto es aquello? La vieja casa que 3 meses después abrigaría a periodistas, policías, y gente del común, se encontraba entonces habitada por un anciano hombre y su recién casada hija; aun así, vale preguntarnos, ¿qué hace una joven de 19 años yendo al altar?

— Amanda, hija mía. Me llena de orgullo el verte casada. —dijo el viejo con una amplia sonrisa amarillenta.

— No va al caso—respondió ella con altanería—; tan fácil es para un padre entregarle su única hija a un desconocido.

— Vivirás bien, querida; un matrimonio arreglado era lo único que podría sacarte de la pobreza inminente.

— ¡Querido padre! Aquellos tiempos ya pasaron.

— No pienses tan mal de tu anciano y abandonado padre, el momento en el que te enamores de él hasta las pestañas por fin me agradecerás.

— Eso no sucederá nunca; lo puedo asegurar.

— Lincoln no es ningún desconocido; el exótico hombre de tu marido te hará feliz como una perdiz y yo me revolcaré de alegría en cual sea el lugar después de la muerte.

— ¿A qué va todo esto padre? ¿Qué tiene él que no tenga cualquiera?

— Pronto lo averiguarás, cariño; tu padre no te entregaría a cualquiera como te atreves a decir.

— Pero...Papá.

— No hables más querida, en poco llegará tu hombre. —el viejo dio saltos de felicidad, mientras empacaba en una vieja maleta de cuero la poca ropa que les dejó la caída del petróleo en el país.

— No me dejes, te lo ruego. —suplicó ella como última alternativa.

— No necesitas de mí, pequeña; seré un mal tercio de cualquier modo, necesito descansar de esta casa, de estos inútiles recuerdos...

— ¿De mí? —dijo con amargura.

— No todo se trata de ti, querida Amanda. Mi vida está cerca de su fin, en esta casa seré desgraciado.

— Padre...

Antes de que cualquier réplica saliese de la boca de la joven Amanda, dos golpes resonaron por toda la estancia.

— Ve a abrir; tu amado no se hará esperar.

A regañadientes la reciente señora se levantó de su asiento y a grandes zancadas se acercó a la gran puerta; miles de pensamientos rondaban por la cabeza de la chica, el desconocimiento del hombre la llevó a la curiosidad más grande que jamás había sentido.

"Que sea guapo" rogaba ella en silencio.

Los dos golpes sonaron nuevamente, Amanda no decidió seguir haciéndose esperar.

— Buenos días, señor. —dijo ella amablemente apenas abrió la puerta.

El hombre era mucho más alto que su padre, llevaba una gabardina oscura que lo hacía ver aún más delgado de lo que era; él la miraba en silencio, la mujer con la que compartiría sus mayores secretos esperaba ansiosa la respuesta del apuesto hombre.

— Amanda. —murmuró entonces.

— Es un placer tenerlo aquí tan pronto.

— ¿No me esperaba? —exclamó retándola.

— ¡No me refería a eso! —su rostro se enrojeció, el rocío de pecas que acompañan sus mejillas no pasó desapercibido ante la curiosa mirada de su marido— Pase, es su casa.

— Claro que lo es —añadió este con una sonrisa—; estaba ansioso por conocerla.

— El placer es mío. — titubeó.

— Me refiero a la casa, querida. Su padre habla de esta cada que puede; llegó un día a compararla con una catedral gótica.

— No está tan lejos de la verdad, si me permite opinar. Es de nuestra propiedad una de las casas más grandes de toda la calle, en opinión de muchos, podría competir con la belleza de un castillo de la edad media.

— Me sorprende su conocimiento del tema, Amanda.

— No me subestime, Lincoln; mi padre sería incapaz de criar un ser ignorante. —mientras hablaba con rabia, no pudo evitar mirarlo con odio.

¿Quién se cree este hombre? Pensaba aún más enojada; sin embargo, el interlocutor lejos de haber terminado su conversación, volvió a probarla:

— No lo dudo, querida. No parece usted ser de aquellas mujeres que acata las órdenes de sus padres como ley sagrada.

— ¿Qué le hace pensar eso?

— Su entrecejo ha estado fruncido desde que abrió la puerta; finge amabilidad cuando lo único que desea es sacarme a patadas de su hogar y acompañar a su querido padre hasta que su anciano corazón deje de latir.

Dudando si su padre se encuentre cerca, Amanda guardó silencio expectante; su marido no paraba de mirarla de arriba abajo con descaro, la cabellera del hombre caía elegante cubriéndole medio rostro, sus manos huesudas se movían nerviosas dentro de los bolsillos del abrigo, esperaba con emoción la respuesta de su esposa.

— No veo razón por la cual usted se sienta tan seguro de aquello, señor Lincoln; si mi memoria no me falla, es la primera vez que entablamos una conversación, ¿eso le basta para conocerme?

— ¡Por supuesto que no, querida! Está usted malinterpretando mis palabras.

— Explíquese entonces, señor.

— No hablemos con formalismos, Amanda. En breve nuestras vidas estarán enlazadas para siempre.

— Créame, Lincoln que no hay nada que me emocione más que esto. —dijo ella analizando su reacción.

— No tiene porqué mentir, podremos vivir en la misma casa, comer de la misma comida, y estar juntos hasta que la muerte nos separe, pero le juro Amanda, que no por ello será objeto de mi devoción.

— ¡Ni que lo diga, amado mío! Nada me haría más dichosa que escuchar de sus labios palabras de amor. — alzó la voz.

— Deje de parlotear, Amanda. Tómelo como un favor.

El reto de miradas entre estos dos compañeros de vida empezó. Amanda no dejaba de pensar en lo desdichada que era, cada segundo junto a ese hombre sería para ella el peor de los martirios, ni su elegante vestir, ni tan siquiera su bello y delicado rostro cambiarán el hecho de que era el ser más despreciable que había tocado la faz de la tierra. Por el contrario, el hombre frente a ella se admiraba de la larga y abundante cabellera, de aquellos grandes ojos almendrados, del rostro perfilado y no menos importante, de la pequeña nariz recta, sensual a su manera; ni su forma de hablar lo llevaba lejos de aquellos pensamientos, de hecho, por más que el padre de su ahora esposa le había advertido de sus ruidosas actitudes y de sus deshonrosos comportamientos, decidió encontrar por él mismo lo llamaban "el amor de verdad" para algunos, el verdadero valor de la vida, de este modo, el hombre, egoísta como ninguno le estaba entregando a su mujer el destino de su tormentosa vida.


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MoriréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora