Capítulo 7

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El exterior de la casa era un laberinto de jardines descuidados, las rosas eran las favoritas de la madre, aunque de aquello quedaba muy poco, tallos secos, junto a viejos objetos eran la única vista que tenía Amanda.

El olvido era uno de los mayores problemas en la vida de la joven, era como si Linda hubiese desaparecido sin dejar rastro en su mente, sin contar las pocas cosas que tenía de ella, solo un viejo diario con unos cuantos poemas apenas legibles que se sabía de memoria. Gastaba su tiempo sentándose junto a la ventana a imaginar que la mujer seguía allí, le abrazaba, le enseñaba cosas que su padre no podía, bailaba con ella entre el pasto; no recordaba su rostro, pero, se entretenía imaginando que era alguna de las mujeres de las revistas de su padre.

¿Estaría orgullosa de verla casada?

Tenía pensado salir esa noche, de algún modo, Lincoln le había incitado a tomar por fin la iniciativa, no estaría por siempre en esa casa como las princesas de los cuentos, saldría aunque eso le costase la instancia junto a su marido.

Se calzó y observó como el viejo pantalón que usaba cubría sus zapatos llenos de polvo; un cosquilleo invadió su abdomen.

— Lo harás —se dio fuerzas—; ese maldito se arrepentirá.

Abrió la puerta con todo el sigilo que le fue posible, el viento le golpeó la cara devolviéndole a la vida; una vez ambos pies estaban fuera, corrió tan rápido como le era posible, casi se le olvidaba respirar. Unos metros más adelante, bailó como en sus sueños, abrazando la vida fuera de su hogar.

Cruzó las calles con precaución sin obviar ningún detalle, postes, letreros y vendedores construían su obra de arte; ante su mirada el cielo se tornó oscuro y con ello, los locales para visitar se redujeron. Nadie le miraba raro por caminar sola a esas horas como había imaginado.

Volvería a casa, hasta que aquello que en su interior andaba buscando apareciera; y así lo hizo:

— Preciosa. —le dijo un hombre al oído.

Intentó no girarse, esperando que se fuera.

— Tengo una amiga esperando dos esquinas más allá. —añadió.

En contra de su voluntad, Amanda se giró a mirarle. El hombre era joven, unos 25 años quizá, su tez era oscura, sus pequeños ojos curiosos la repasaban de arriba abajo; él sin perder el tiempo, la tomó por los hombros y acercó su boca a la de la chica.

— Nos divertiremos, pequeña. —susurró sobre sus labios.

Lejos de encontrar palabras, Amanda sonrió son malicia, lo que le dio luz verde al hombre para tomarle de la mano y guiarla a donde se encontraba su amiga.

— Terris —saludó a la chica—; hoy habrá fiesta, mi cielo.

El cabello rojo de la chica era lo que más resaltaba en la oscuridad.

— ¿De dónde la sacaste?

— La encontré por ahí. —respondió este apretándole la mano.

— ¿No te han dicho tus padres que no es bueno andar por esta zona? —volteó a hablar con Amanda.

— Él me ha prometido diversión —intentó—; eso es lo que busco.

— Hay un precio por todo esto, ¿lo sabes?

— El dinero me sobra. —mintió.

Ambos se sonrieron, le miraron como si hubiese acabado de salvarles la vida. La pelirroja tomó a Amanda por las mejillas, le besó el borde de los labios con calidez; luego se acercó al hombre y le abrazó con alegría.

— La diversión espera. —gritó el chico con alegría.

Sus risas eran lo único que se escuchaban en la calle, era palpable la excitación de los tres. Recorrieron con rapidez los metros que les separaban de la casa; minutos después entraron a esta con un estruendo.

— ¿Vives sola? —preguntó Terris agarrándose la melena en lo alto de su cabeza.

— No. —habló por lo bajo.

— ¿Estás rompiendo las reglas, cariño? —habló el chico con sensualidad.

— Tal vez. —rompió en risas como no lo hacía hace años.

El hombre guío la mano de Amanda a su entrepierna, quién mantuvo la calma como le era posible.

— Me gusta la maldad, cariño. —arrastró las palabras.

Amanda le sonrió, les enseñó el camino hacia su habitación.

— ¿Estás segura? —murmuró la invitada.

— Tenemos que comer, Terris. ¡Cierra la maldita boca! —gritó fuera de sí.

— ¿Aprovecharte de una niña te parece buena idea?

— Viejos te tocan todos los días, preciosa. —le recordó.

— Me prometiste algo diferente. —ladró ella.

— Estás asustándola. —señaló a Amanda que presenciaba todo desde una esquina.

Estaba tan absorta imaginando las posibles consecuencias que todo esto traería, que no les prestó ni un poco de atención.

— ¡Estoy loca! —habló más para sí misma.

— No la escuches, linda —le rogó el hombre—. Nos divertiremos, no olvidarás este día.

El chico caminó despacio a ella mirándole con intensidad.

— La pasaremos bien, te lo prometo. —dijo cuándo sus rostros se tocaban.

La tomó por el cuello y la besó con ánimo, eliminando la distancia entre ellos; las entrecortadas respiraciones tomaron el silencio de la habitación con velocidad.

Amanda, sentía como el calor le recorría el cuerpo, las manos del hombre eran fuertes, cada movimiento de estas le asustaban, las caricias abusaban de ella gracias a su silencio, mientras las lágrimas cubrían su rostro como inútiles gritos, rogaba al cielo si es que algo había allí arriba que le escuchase.

— ¿Cuánto pagaste por ellos, Amanda? —habló una sombra al otro lado de la puerta.

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Nota: 

A todos lo que se tomaron el tiempo de llegar hasta aquí, muchas gracias. Estoy más que feliz de que hagan parte de este sueño, son ya 8 partes en las que he dejado lo mejor de mí; sus lecturas me llenan de vida y ni hablar de sus comentarios, es el primer maratón (¿de muchos?).

Aún me queda mucho que escribir, espero que no sea muy larga la espera.

¡Nos vemos el otro martes!

Dulces lecturas.

Les quiere.

~ Cata ~ 


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MoriréWhere stories live. Discover now