Capítulo 14

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Las ramas de los árboles se movían al ritmo cautivante del viento; Betty acurrucada sobre la hierba escuchaba atenta la historia de Amanda, había sido idea de la pequeña chica arreglar el jardín de la madre, su felicidad era evidente.

Creía poder darle vida a aquella casa, confiaba en que así sería. Cambiaría un poco los ánimos.

— ¿Alguna vez creíste llegar a donde estás ahora?

— ¿Te refieres a esta casa? —Betty habló por lo bajo.

Ella asintió en silencio sabiendo que tocaba un tema delicado. No quería incomodarle, aquella pregunta había salido de su boca sin premeditarlo.

— Te mentiría si dijera que tuve una meta de vida, como todas las chicas pobres de la ciudad mi más grande aspiración era encontrar un hombre que me amara. —sonrió agarrada a un recuerdo.

— No quería ser inoportuna. —se lamentó.

— No lo eres, cariño. Escucharte hablar me recuerda mi hogar. Hace años no hablaba tanto; a mi esposo no le agradaba.

— El hermano de Lincoln. —esperaba que ella soltara todo lo que tenía que decir.

— Es curioso, hablé con Lincoln por lo menos tres veces antes de venir a vivir aquí; ambos han permanecido tras la sombra del anciano avaro, es una bestia. —rio un poco para sus adentros, temerosa de las preguntas que surgirían después.

— ¿Cómo es él? —soltó.

— Aparenta tener unos modales envidiables, siempre le ha sobrado el dinero, tiene una linda esposa y dos hermosos retoños; pero a puerta cerrada los gritos no faltan, el hombre cree fielmente en la crianza a mano dura ¿sabes lo que es?

— Eso creo.

— Golpes, Amanda —sentenció—; tantos como un cuerpo sea capaz de soportar, los mantiene a su lado con su madre como carnada. No hablaban mucho de él, tienen miedo, no me sorprende en realidad.

— Lincoln...

— Son dos varones en la familia —le interrumpió—, pueden tener lo que desean siempre que se mantengan de su lado, una vez incumplan las reglas, les dejarán a su suerte; como una ley sagrada. El dinero es muy importante en aquella familia, les da poder.

Amanda no podía imaginar ser golpeada, el viejo le había gritado incontables veces, más nunca le había puesto un dedo encima.

— ¿Cómo lo sabes?

— Aquellos surcos —dudó—, cicatrices largas y profundas, Amanda. Mi marido soltó la lengua una vez, días después ya estaba aquí. Se sentía vulnerable, desearía no culparle, ¿sabes? Si me hubiese amado lo suficiente aquella información solo haría nuestro lazo más fuerte. ¡Pensó diferente!

— Te sacó...

— Me vendió, Amanda; ya no cumplía mi propósito, estaba perdiendo poder, entonces Lincoln debe cargar con los problemas...

— ¿Por qué? —se adelantó animada.

— Esa información no te la puedo dar yo, querida. Si deseas saberlo deberás hablar con él. —bufó con ironía.

— La carta... —empezó.

— Tu no leíste eso, Amanda. No fui yo quién te la entregó. —concluyó.

— ¿No piensas hablar de eso?

Ella negó con la cabeza, había corrido un enorme riesgo, no quería morir.

MoriréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora