Capítulo 12

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Él necesitaba más papel para llenar de garabatos sin sentido, esos mismos volverían; no tenían destinatario.

Tres golpes secos la sacaron de un profundo sueño.

— No digas nada. —fueron las distorsionadas palabras de la sombra femenina.

Tres sobres, cada uno con cinco páginas mal escritas, la viva imagen de lo que pasaba por la cabeza del hombre.

— Léelas, Amanda. —habló de nuevo la sombra, esta vez marchándose de la instancia.

No quería tomarlos, no debería leer correspondencia ajena, el viejo se lo había enseñado. Pero, había algo más, el instinto le indicaba que las tomara, debía descifrarlas, necesitaba saciarse de todo lo que contenía aquello; lo deseaba.

El sobre tenía un olor peculiar, el sello un tanto maltratado permanecía por obra de un pegante de mala calidad; cinco páginas y todo sería más claro, la sombra lo sabía, Betty lo sabía.

Letras irregulares, tinta corrida, papel arrugado; las cartas estaban preparadas para ser leídas.

Dos palabras completaron el hechizo:

Querida mía,

No ha pasado mucho tiempo desde mi anterior carta, temo que mis noticias no son mucho más alentadoras; me he casado.

Le había dicho, cuando aún recorríamos las calles de la mano, que nunca lo haría, "el compromiso no es lo mío" recuerdo mis palabras. Quizá en estos momentos no signifique mucho para usted, vagas son mis palabras.

Recuerdo también el momento en el que le dije que la amaría por siempre, la eternidad nos tenía algo preparado, tal vez esta misma es la culpable de que mi promesa no haya podido ser cumplida; desearía no culparle, pero siento que sin hacerlo, todo será como en aquel entonces, cuando el susurro milagroso de la muerte acechaba mis sueños. ¿Lo recuerda?

Cartas atrás le conté todo esto, le hablé también de lo mucho que la extraño, eso no ha cambiado, espero que nunca lo haga; es difícil, le llamaría idiota al que me reclame por escribirle de nuevo sin esperar respuesta, me contento solo con que usted lea estos párrafos, llenos de todo eso que no sé hablar.

Como en el pasado, temblaba mi voz, sudaban mis manos y nada de lo que debía decir era dicho. ¡Cuánto la amo! Quise decir alguna vez, pero lo que tomó mi cuerpo fue aquel llanto incontenible, sus caricias acunaron mi rostro, recordándome porqué estaba vivo.

Usted, usted.

Mi padre dijo una vez: "K., nada volverá a ser igual cuando decida enamorarse...No lo haga, hijo" Le había fallado, una de tantas veces, K. el hijo imbécil del padre perfecto. No quería hacerlo, perdí el control y sabía que lo pasaría una y otra vez si sus caricias volvían a hacer lo que hicieron esa noche.

Tan difícil es amarla, miles de poetas han exclamado versos así, y yo lejos de ser uno, le repito, la amo. Aunque desearía no hacerlo.

Usted, usted.

Recorrió con sus blancas manos una piel llena de castigos, la vez que K. incumplió la regla de papá, K. habló de la manera incorrecta, K. alzó la voz, K. no comió todo lo de su plato, K. olvidó que servía a papá.

Largas cicatrices se volvieron una erótica comida, besaba todas ellas, lo recuerdo bien; papá hubiese muerto, aquello solo era un recuerdo de lo que vivir significaba, usted y sus malditas caricias, convertían aquello en un juego de niños.

No olvidaré esa noche, así como nunca saldrá de mi mente sus labios, K. besó a una mujer, fueron las palabras de papá antes de todo lo demás. Lo había hecho, ni el castigo de papá lo borraría, sus labios habían quedado tatuados, podría darme una paliza, pero seguirían allí.

La amo.

Odio hacerlo, así como odié la mirada de papá cuando le confesé lo que sentía. K. sería la decepción de la familia, el amor era lo único que papá no podía quitarnos; "una vez que empieza nunca termina" dijo él, recordando a mamá, ella había sido castigada también. Criar un idiota como K. debía darle el peor de todos.

Pero esa vez fue diferente, papá la besó simplemente, luego le hizo el amor como solo él sabía hacerlo. La llenó de regalos que no servían para nada, la vistió con las mejores ropas; ese era, el dinero.

Luego D. convirtió aquello en un tipo de rutina, mujeres rondaban la casa todas las semanas, cenas familiares, citas en la gran ciudad; después, más cosas para mamá, sexo ruidoso y una familia que parecía feliz.

Tu seguías allí, K. no había traído a nadie diferente; una nueva cicatriz. Amarte se convirtió en un peor castigo, le había decepcionado una vez más.

"Papá no volverá a hablarte hasta que otra mujer te tome de la mano en la fiesta" dijo D.

Dejar de amarte no era una opción para ese entonces. Necesitaba otra noche como aquella, quería que todas fuesen así, pero, también quería que mamá volviera a sonreír, que papá la llevara de nuevo a la habitación y al terminar ella nos haría pasta para festejar.

Entre mis planes no estaba hacer lo que hice, no quería ser un imbécil; K. necesitó ayuda.

No por lo que hice dejé de amarla.

Sus caricias siguen siendo aquello que me devuelve a la vida; aunque, sé que las olvidaré, aquella sensación no perdurará lo suficiente, acabará con mi vida, lo sé.

La amo.

Más de lo que debería.

K. morirá.

¿Sabe lo que le digo?

Debí llegar un poco más temprano ese día, se me hizo un poco tarde.

Papá solucionará todos tus problemas, K.

Él siempre lo hace.

Ahora que un anillo me compromete a no escribirle, espero que entienda que nunca he dejado de quererla, temo algún día dejar de hacerlo. Aún llevo en mi bolsillo derecho aquella piedra de la que se enamoró la última noche.

Un inútil recuerdo.

Espero su respuesta, aunque sé que no la tendré ni aunque de eso dependiera mi vida.

Con amor desesperado,

Lincoln K. 


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MoriréWhere stories live. Discover now