Capítulo 8

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Parecía irreal como las palabras salían de la boca de Lincoln, todo desde la oscuridad.

— ¿Quién demonios es este hombre, preciosa? —le preguntó enojado.

— Nadie. —habló Amanda.

— Su esposo. —exclamó Lincoln apretando los puños.

— Ella no nos dijo nada, señor. —dijo bajando la cabeza.

La actitud ya no era demandante ni sensual, parecía de un ridículo modo, arrepentido. El poder que había ejercido, había sido increíble.

Amanda seguía arrinconada contra la pared, sin querer mirar a Lincoln, su boca estaba seca, sus manos temblaban imperceptibles en sus costados.

— Amanda. — le habló su marido.

Al no encontrar respuesta, el hombre entró a la instancia en dos grandes zancadas, de inmediato, el joven le dejó el espacio libre corriendo junto a la pelirroja.

— Te he hablado, cariño —habló entre los dientes—; contéstame.

— Lincoln.

— Nos deben dinero —habló Terris para sorpresa de ambos—, el que su mujer dice tener de sobra.

— ¿Eso le dijo?

Lincoln le miró extrañado, ella y su padre vivían de los negocios, los que para variar, no iban muy bien; de algún modo, el joven les había arreglado la vida.

— Vamos, preciosa; dile que nos dé el dinero y estaremos muy lejos de aquí en un abrir y cerrar de ojos.

— Cierre la boca, hombre —espetó—. Ella no dirá nada, el dinero no es un problema en esta casa.

Ambos rieron como si compartieran alguna clase de broma; Lincoln tomó de la mano a Amanda y la dirigió con delicadeza fuera de la habitación, una vez lejos de los oídos curiosos de los visitantes, le dijo:

— ¿Qué diablos, Amanda? —intentaba parecer sereno.

— Lincoln...

— Desearía decir que no me debes ninguna explicación. Amanda, ¿qué carajos te pasa por la cabeza?

— Yo...—habló temblorosa.

— No quiero esto, Amanda —comenzó con sinceridad—. No me casé para caer profundamente enamorado, querida.

— No es mi intensión que pase algo relacionado.

— Pero eso no quiere decir, que soportaré que te le insinúes a nadie, sigues siendo mi esposa.

— ¿Será mi culpa entonces? —respondió sarcástica— ¿Qué le parece, Señor Lincoln? La ironía no parecía uno de sus fuertes.

— Amanda.

— Déjeme hablar. —se adelantó—; si algo odio de usted, es su increíble doble moral. No quiso casarse, ¿no es así?

— Está en lo correcto. —mintió.

— Entonces —se río irritada—, no tiene que esperar que su no deseada esposa le sea fiel, esto es un compromiso irreal, ¿no lo dijo usted?

— Amanda, escúcheme.

— No necesito nada de usted, lo que más deseo es volver a mi vida normal, donde no tenía que mendigarle amor a un idiota desconocido como usted.

— Amanda...

— ¡¿Qué desea?!

— ¿No está cansada? —articuló después de unos segundos de calma.

— ¿De qué habla? —susurró al borde de las lágrimas.

— Despertar —dijo él—; el día será igual que ayer y el mañana igual que hoy. Yo estoy cansado de sonreír cuando debo, odio escuchar sus réplicas, Amanda; todo lo que deseo es huir.

El hombre reía, tomándose del cabello, todo sonaba peor si lo decía en voz alta, podía escribir textos enteros con sus desgracias, de ser posible, narraría una historia donde el personaje se sintiera igual de devastado que él, nadie además de su propia madre le había escuchado decir tan "horrorosas" palabras. Amanda ni le miraba, sus ojos se clavaban en el suelo con tristeza.

— Amanda.

— ¡Cierre la maldita boca! —gritó ella — ¿Es común en ustedes poner sus problemas en las manos equivocadas?

— ¿De qué rayos habla?

— Tengo suficiente conmigo misma, señor. La vida es un infierno en esta maldita casa; no quiero escucharle de nuevo.

— Amanda...

— ¿No me ha entendido? — las lágrimas le corrían por las mejillas— No quiero volver a escucharle, de hecho, desearía nunca haberlo hecho, es usted un ser despreciable.

La joven rasca con fuerza el borde de su mano con fuerza, los pedazos de piel se desprenden y siente las carnosidades bajo las uñas.

— No quiero volver a escucharle. — repitió sollozando.

El mundo le daba vueltas, unos cuantos miles de recuerdos golpeaban su cabeza; abrió una puerta cualquiera, lo más lejos posible de su marido, una vez dentro, se desprendió de su ropa dejándola tirada en el suelo, la cama olía a humedad; todo estaba sucio allí dentro, pero cualquier cosa era buena cuando de escapar de la realidad se trataba. 


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MoriréWhere stories live. Discover now