Capítulo 27

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Había sido una boda esplendida, si de algún modo podía llamarse, no se solía ver casar a dos personas que no estaban locamente enamoradas; nada sería normal entonces.

Caminaban ambos, agarrados de la mano al más oscuro laberinto, nombres, apellidos, millones de ellos adornaban el paisaje mientras el silencio entre nuestros personajes crecía como una gran nube negra.

Como si fuese necesario escuchar algo en esos momentos, Lincoln abrió la boca para pronunciar:

— Hemos llegado, querida. Aquel lugar en el que todo termina.

Ella por poco dice algo, sin embargo, guardó silencio esperando que este explicara sus palabras. Vestían ambos de negro, lo ameritaba la situación, un secreto nuevo iba a ser revelado aquella tarde fría; tenía que hacerse antes de que el verdadero plan saliera a la luz.

En una de las manos del hombre reposaba un ramo grande de Margaritas, mirándolas con detenimiento empezó su relato.

— Eran sus favoritas. —pronunció esas palabras como si temiera que el aura del lugar se rompiera entre cada palabra.

— Lo imagino. —comentó su mujer muy poco convencida.

A ninguno de los dos le agradaba de forma particular la situación que estaban protagonizando, uno temía ser juzgado por lo que pensaba contar aquella noche, mientras su contraria, no dejaba de pensar en lo extraño que se encontraba el clima ese día.

— No te pediré que entiendas lo que voy a decir a continuación, Amanda. Solo quiero que escuches mis razones. Una vez termine dejaré que tomes la decisión que te parezca correcta.

— Bien. —fue lo que selló el trato.

Lincoln soltó con delicadeza la mano de su mujer, se agachó de forma elegante sobre la tumba de la dueña de una gran parte de sus desgracias y dejó con un cariño un tanto falso aquellas flores blancas de las que tanto le habló ella en vida.

— Ella era como el viento, se escurría entre mis días como si fuera dueña de ellos, hice cosas que a ciencia cierta no hubiera hecho por nadie. Le escribí la primera carta cuando aún era muy joven, soñaba con tenerla entre mis brazos, porque ella desprendía un sentimiento que desconocía.

— Desearía que me hablara con claridad. —comentó ella interrumpiéndole.

— Le amaba por capricho, me entregué a ella porque parecía la única salida además de la muerte; daba lo que fuera por ella, porque me hiciera sentir vivo, mi padre me entregó su aprobación por el tiempo suficiente para que yo me diera cuenta lo atado que estaba a ella.

El hombre guardó silencio por unos segundos demasiados largos en la opinión de Amanda.

— Me enamoré de ella, sin medida, sin pausa, sin control. Mi padre halaba de mis riendas cada que veía todo lo que era capaz de hacer por ella.

— Me imagino de qué forma.

Contrario a lo que Amanda esperaba, Lincoln dejó escapar una risa de sus labios entreabiertos. Miró a su esposa con todo el amor que le era capaz de profesar.

— Tiene usted la razón querida. Sus castigos llenaban mi piel cada que él lo creía necesario. Eso, no calmó mi hambre de ella, deseaba tenerla todos los días bajo mis sabanas, añoraba su cuerpo sobre el mío a cada instante. Me había entregado en cuerpo y alma.

<< No dejaría de hacerlo hasta que ella me pidiera que me detuviera, y así fue, una de las tantas veces en las que fingíamos ser una pareja honrada de jóvenes, ella se sentó de la nada en el andén de la calle y mirándome a los ojos pronunció aquello que no olvidaré nunca: "Hasta aquí podemos hacerlo realidad". El compromiso no era lo nuestro, en eso había consistido nuestra relación, pero, cuando escuché sus palabras, pude sentir el viento gélido del miedo sobre mi espalda, volvería a ser como antes.

MoriréWhere stories live. Discover now