Capítulo 11

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La cena estaba hecha, los platos puestos con una perfección casi psicótica sobre la mesa, tres personas: dos mujeres y un hombre; Amanda, Betty y Lincoln. Parecían de un extraño modo una familia feliz, comían en silencio, cada uno pensando en algo distinto.

— Queridas —fue Lincoln el primero en hablar—, ha estado todo muy delicioso.

Dispuesto a retirarse de la mesa, arrastró la silla, que inmediatamente se quejó en un molesto ruido.

— ¿No se ha cansado de fingir? —Betty gritó molesta.

— ¿A qué se refiere?

— Esto —señaló la escena—. ¿Se cree usted digno del trato que tenemos?

— Bien podrían dejarme morir de hambre —habló entre bostezos—, pero no lo hacen.

— No sabe cuántas ganas...

— Mire —le interrumpió—, suelo ser hombre de acciones, ¿sabe? No me interesan sus amenazas. Envenene mi copa, ahórqueme mientras duermo, pero no espere que tome en cuenta sus advertencias.

Amanda miraba todo con una sonrisa en los labios, aquellos dos podrían estar a un paso de matarse entre sí, pero, poco o nada le importaba, su mente estaba en otro lugar, recordaba con morbo la noche en el exterior, los besos de aquella mujer, la forma en que le tomó la mano; el contacto.

— Hablemos claro, K.

— Betty —se acercó con brusquedad a la mujer—, no me vuelva a llamar así.

— ¿A qué le teme, hombre? —sonrió con picardía.

— Se lo advierto.

— Creía que usted no era de advertencias. —carcajeó complacida.

— ¡Betty!

— ¿Su pasado es lo que le asusta?

— Cierre la boca.

— Hágale el favor a su esposa —movió la mano enfrente del rostro de Amanda, devolviéndola a la realidad—; ¿No lo deseas así, cariño?

— Betty, yo...

— No la meta en esto, no sea tan cínica. —habló el hombre.

— ¿Quiere hablar de cinismo?

— Si desea tener esta conversación, así será; pero no aquí.

— ¿Tiene miedo que su mujer no le respete?

— Ella no merece que usted le haga pasar por esto.

— Ya veo, hablemos de lo que Amanda no merece —alzó la voz—; ella no merece estar casada con un desgraciado como usted. Ni hablar de seguir encerrada en esta maldita casa, ¡todos lo saben, Lincoln!

— ¿Me va a culpar acaso de la mala crianza? —inquirió.

— Le voy a culpar de la falta de cariño que le tiene a este matrimonio.

— No me casé por amor, Betty.

— No es necesario, yo lo hice y míreme aquí. Discutiendo con el hermano del que sería mi ángel guardián.

— No me interesan sus desgracias, mujer.

— Dos hermanos. —se tomó los brazos reteniendo una carcajada.

— Más vale que...

— ¡¿Qué?! No me quedaré callada, Lincoln. Ustedes son unos riquillos despiadados, ¿creía que todo se solucionaba con dinero?

— Betty, es mejor que no digas nada. —susurró Amanda.

— Amanda, querida. Guarda silencio, esta mujer parece tener muchas cosas que decir. —musitó.

Aquello ya no era una simple pelea, la mujer no estaba dispuesta a callarse, tomaba con fuerza por debajo de la mesa las dos puntas de su desgastado vestido, envolvía un hilo suelto una y otra vez en su dedo hasta que este se hinchaba; no quería callar, no debía hacerlo, Amanda merecía un poco de todo esto, al reír, habían sellado una promesa: mandarían al rincón más alejado del infierno a todo aquel que les quisiese hacer daño.

Así sería.

— Tal vez el error fue mío al pensar que cambiaría si yo estaba ahí —se expresó con amargura—, y quizá Emmanuel se convirtió en el peor de los padres cuando aceptó su dinero, la paz que le traería deshacerse de ella será infinita, ¿no lo planteó así?

— ¿Eso cambiará algo?

— Querido K., no deberían desquitarse con personas que no tienen nada que ver.

— Ya está hecho, Betty. Eso no le devolverá su felicidad. —concluyó.

Tan solo esa poderosa palabra, la destruyó por completo. Le habían arrebatado todos sus sueños, iban a ser felices; ahí iba de nuevo, vagando entre la imposibilidad del pasado, nada cambiaría, en eso Lincoln tenía razón.

El hombre dio un paso lejos de la mesa, siete sillas permanecían vacías, a la espera.

Sin remordimientos, le prohibió una vez su padre, ¿acaso lo había olvidado? La dureza de las palabras de la mujer le habían hecho sentir como la peor cucaracha, su hermano no se arrepentiría, la hubiese callado de cualquier manera, le habría enseñado cómo debía tratarle. ¿Betty había olvidado aquello?

Nadie le hablaba así a Lincoln; nadie la hablaba así a K.

Papá lo había dicho, pero él no había correspondido.

Así como cuando dijo que no se enamorase.

— No vuelva a alzar la voz en la mesa, Betty. —habló bajo.

— Lincoln...—murmuró.

— No necesito que me esté recordando nada, querida. Sé muy bien lo que hago le informaré si necesito de su ayuda para tomar decisiones; por lo pronto, ha estado exquisito.

Ninguna habló de nuevo, Amanda se miraba las manos agobiada, un mechón de cabello caía sobre el plato. No quería ver el rostro de Betty, sabía que no encontraría ningún consuelo, tampoco se sentía preparada para darle ánimos.

Nunca había sido buena en eso, temía que al hablar, su voz se cortaría, compartía el dolor con Betty, lloraría, porque aquello era en lo único en lo que se destacaba; el viejo lo dijo una vez, la fortaleza nunca sería la especialidad de la joven, nunca sería como mamá.

Nunca sería como mamá.

— Amanda.

— Dígame. —habló sin levantar el rostro.

— No repita los errores de su compañera.

No lo haría.

De eso estaba segura. 


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MoriréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora