Capítulo 23

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Hubieron más lagrimas derramadas de las que se suponían, junto a ellas, un millón de lamentos, un poco más tal vez.

Amanda había vuelto a su habitación, ahora un poco más oscura, vacía, solitaria; sin Betty. Le dolía, ¿era eso normal?

Entonces, lejos de olvidarla, volvió a aquellas palabras que le dijo un poco antes de partir:

«Te dije que las leyeras todas, cariño.»

"¡Hay más!" se alegró por recordarlo tan bien.

Con rapidez envidiable, buscó entre todas sus pertenencias, poniendo de lado algún tarro, desdoblando la ropa que mañanas antes le había costado tanto ordenar, hasta que, junto al cuaderno de su madre los encontró.

Tres sobres.

Tomó con cuidado, el que se encontraba en la parte superior, este, contenía la carta que tanto le había movido el corazón, la releyó unas cuantas veces más y prefirió el que se encontraba bajo las demás.

Tembló un poco, pero, sonrió al leer su nombre en la esquina inferior del sobre, se acercó el blanco papel a la nariz, inhalando el fuerte aroma que se desprendía, un dulzor particular y el olor a tinta seca inundó su nariz, dándole alientos.

Con tan solo husmear entre las páginas, supo que aquella era la letra del corriente puño de Lincoln.

Empezó a leer en voz alta llenando el silencio:


Querida mía,

Sé que no decidió casarse conmigo, mentiría si digo que no sentí un miedo ardiente sobre el pecho cuando toqué la puerta de su casa.

No, no le di un anillo, aunque me hubiese gustado, no sería pertinente.

Su blanco cuerpo me ha llamado desde el primer intercambio de palabras, desearía que estas no fueran las circunstancias que nos unieran, de seguro, no sería capaz de conquistarle o siquiera entablar una amistad concreta con usted.

Pero, ya está hecho, la casa será entonces nuestro reconfortante nido de amor, al menos por los meses —días tal vez— que me queden de vida.

Me gustaría así fuera un poco, tener el control de mi vida, curiosamente, en lo único que tendré participación es en el final; le explicaré a su tiempo, Amanda.

Usted ha llegado como la salvación, una dulce y blanca porcelana como usted no debería estar corriendo tal peligro, una marioneta como yo no temblará al romperla en dos; no le pido que entienda mis razones, a decir verdad, poco o nada conozco el motivo de los planes de mi padre.

Tuve, por lo menos, la fortuna de escogerle, de todas las posibles, usted es la más hermosa, me recuerda de una manera especial a la que fue el amor de mi vida, un desastroso final se llevó ella, por lo que procuraré que nada de eso pase con usted.

Su destino está siendo marcado por el ritmo de mis planes y lamento que sea de esta manera.

Amanda querida, usted me está haciendo el más grande favor a mí y por ello le estaré agradecido por la eternidad.

Suponiendo que, no sepa usted de lo que le hablo, dese por enterada lo importante que es para el final del ciclo más largo de mi familia.

Fue más difícil de lo que parecía escribirle, mi mente solo vuela hacia las ensoñaciones extrañas de usted a mi lado, su rostro parece tener aquello que le falta a mi vida.

No deseo que piense que solo la deseo porque parece ser mi salvación, la he escogido, por malévolo que suene eso, por ello, deseo bailar con usted en todas las notas posibles, agarrar su mano y enseñarle a querer.

Su padre me la entregó tras trazar con él un plan del que luego le hablaré, tres meses, eso es lo único que debe saber. Él no la ha abandonado por completo, pero, si la vendió de una manera vil y descarada, evitando culparle de todo, sugiero que le perdone, de no ser por mi jugosa oferta, o más bien, la de mi padre, seguiría viviendo su aburrida vida en compañía del hombre que dice quererle.

No sabré nunca si para usted soy su salvación, en un inicio que no será así, guardo la esperanza que, al terminar, todo cambie.

Tomaré decisiones guiadas, irrumpiré en su caminar si así es mi obligación, le haré daño, aunque me duela, esperando así, cumplir con mi cometido y si en el camino termino queriéndole más de lo que lo hago ahora mismo, estaré complacido en entregarle todo lo que soy.

Permítame quererle, Amanda.

Permítame conocerle, querida.

Permítame compartir con usted lo que me resta de vida.

No seré un príncipe de cuentos, ni protagonizaré la vida perfecta que usted merece, pero, ahora junto a usted, el cometido está a punto de ser cumplido.

Le agradezco con todo el amor que soy capaz de profesar.

Gracias, Amanda querida.

Lincoln K.


Habiendo terminado por completo de leerla, acercó la hoja a su pecho, donde el corazón parecía estar a punto de salir, había pasado.

— Ha sucedido. —habló lo más bajo que le fue posible.

Sonrió ensimismada, deseaba salir corriendo, ir a los brazos del hombre y perdonarle.

Betty quería que las leyera, ella sabía lo que sucedía.

Su alma en pena había se había llenado por un momento de felicidad, lo que la llevaba a agradecerle por primera vez al destino.

— Lo ha hecho. —bramó de nuevo.

Entonces un pequeño y agudo grito salió entre la separación de sus labios.

En respuesta, el hombre quien había conseguido más botellas llenas de amargo líquido, golpeo la mesa con el puño cerrado vociferando maldiciones al cielo.

— ¡Lo ha hecho! —exclamó con lágrimas en los ojos— Por fin lo ha hecho.

La mujer con la carta había recibido el más grande de los regalos.

Había palabras hermosas dedicadas a ella.

Solo a ella.

Habiendo sucedido aquello, la historia de amor empezaba, si se podía llamar de esa manera, aunque, a decir verdad, solo clamaban una pequeña reducción en lo que creían era el peor sufrimiento.

Amanda convencida de que le quería tomó una decisión un tanto cuestionable.

Arregló su cabello para el hombre, aplacó sus lágrimas con sus blancos dedos y se encaminó al encuentro.

Hablaría con quien le había dedicado tan bellas palabras.

Solo a ella.  


NOTA DE LA AUTORA:

Gracias a la bonita lectora que se unió a la familia, tus lecturas, comentarios y votos me llenaron de felicidad.  * le manda besos *

No olviden votar y comentar. :D

Les quiere.

Cata.

Cata

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MoriréWhere stories live. Discover now