Capítulo 2

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La noche caía sobre la casa de los recién casados, pero más que amor, o tal vez pasión, se respiraba un aire lleno de incomodidad y falsa amabilidad. El correr de los minutos era desesperante para la mujer; al hombre no se le podía juzgar por adentrarse en su lectura, pero, desde la partida del anciano, no se había acomedido a regalarle ni una sola palabra a su esposa.

Amanda dejaba de compadecerse, llegaba incluso a preguntarse qué tan desgraciado lograba ser alguien para evitar entablar una conversación con su compañera de vida, aunque parezca excesivo resaltarlo, la chica podría volverse loca si el hombre no le brindaba un poco de atención.

Intentó respirando fuerte, o si acaso tosiendo de manera exagerada, pero nada; algunas veces este le dedicaba miradas despectivas, que no satisfacían a Amanda como le gustaría. ¿Qué se podía esperar de una mujer que hablaba hasta por los codos? Su padre sin duda se había librado de un peso grande.

— ¿Tan difícil es para usted, Señor Lincoln? —dijo sin pensarlo más— Compadézcase de mí.

— No tengo nada porqué compadecerla, si me permite decir. Hay muchas cosas en este mundo con las que se puede entretener.

— Usted debería ser mi única distracción. —se lamentó.

— ¿Tan fácil es para usted cambiar de opinión?

— No se crea tan importante, señor. No deseaba que fuese mi marido, sigo sin considerarlo; pero si me permite recordarle, está hecho.

— Todo pasa por algo, ¿no lo cree, Amanda?

— Dudo mucho que este matrimonio sea obra del destino.

— ¿Qué le hace pensar eso? — preguntó con incomodidad.

— No deseo recalcarle que no tengo nada que le pueda aportar a su vida, soy pobre, sin educación, altanera, de ascendencia reprochable, sin olvidar mi falta de belleza y elegancia.

— ¡Querida mía! Eso poco o nada me importa. La he escogido entre un millar de partidos posibles, Amanda. ¿Acaso eso no le es suficiente razón para considerarse adecuada?

— No veo porqué debería creerle.

— No tiene qué, querida. Considérelo un favor.

— Desearía, no se imagina cuanto; pero me niego a aceptar un favor de un completo desconocido.

— Entonces, ¿qué desea, querida?

— Su compañía, señor.

— ¿Tan agradable es?

— Parece tener mucho aprecio por usted mismo, ¿no es así?

— No veo razón alguna para que no sea de este modo; ya son 23 años conviviendo con esta pila de huesos y carne.

— Tiene usted una manera muy interesante de ver la vida.

— Se sorprendería, Amanda.

La chica miró a su marido con curiosidad, lamentándose en silencio por la ausencia de su padre, nada la hubiese hecho más dichosa que compartir descabelladas teorías relacionadas a la extraña personalidad del hombre; su padre, a diferencia de Lincoln, no perdería el hilo de la conversación y se entregaría a las peculiaridades de su extrovertida hija. ¿Qué más se podría pedir de un hombre viudo?

El viejo, quién por más que le cueste aceptar, nunca perdió la esperanza de conseguir una mujer que con valor le enseñase a su pequeña lo que merecía saber. Este, aún se lamentaba en secreto a unos cuantos kilómetros de distancia; todo sería diferente de no ser por la cruel realidad: "nada es eterno", esto le repitió más de una vez el médico que cuidó a la madre de Amanda hasta el último de sus días.

Aun así, era imposible no martirizarse: ¿por qué tenía que ser ella? ¿Qué la volvía presa fácil de una enfermedad que poco después portaría su nombre?

Sobra decir que después de aquel suceso, las noches se volvieron más largas, y aquel brillante recuerdo de eternas horas llenas de pasión y palabras de afecto sinceras, se esfumaron de la mente del solitario hombre; tan fácil era para algunos olvidar la partida de alguien, pero, ¿quién se creía que era ella? ¿Por qué se llevaba todo lo que juró mantener por la eternidad? Tal vez el "hasta que la muerte los separe" no era muy justo con algunos, de ser así, ¿por qué el hombre tuvo que dejar a su hija en aquella casa llena del cruel pasado?

El libro se cerró de golpe y con el Lincoln se levantó de un salto.

— Es hora de dormir, querida.

— Bien. —ella se puso en pie con apuro.

— No hace falta que venga conmigo, dormiré en otra habitación.

— Estamos casados, Lincoln.

— No hay nada que nos obligue a estar juntos más que un compromiso moral irreal y para serle sincero, eso está lejos de importarme siquiera un poco.

— Si tan poco le importaba, no debió casarse, ¿no lo cree?

— Tengo razones que no entendería, Amanda.

— Entonces, no me deje en la ignorancia, señor.

El hombre metió las manos entre su abrigo para mantener la calma, y unos minutos después exclamó a media voz:

— La curiosidad mató al gato, Amanda. Si en algún momento deseo hacerle saber, le informaré. Por ahora, que sus sueños sean agradables, querida.

Sin esperar la respuesta de su esposa, Lincoln caminó a paso apresurado rumbo a su habitación; cuando se sintió lejos de la acusadora mirada de su mujer, no puedo evitar soltar un ruidoso suspiro de alivio.

Razones le sobraban para estar en esta casa y muchas más para ser el marido de Amanda, o eso parecía cuando no dudó un solo instante a la hora de pedir la mano de la joven ante su padre. Más ahora, su voz temblaba cuando su querida Amanda dudó de sus motivos, ni hablar cuando le miró con reproche; no había nada que pudiera hacer entonces, estaba perdido.

 Más ahora, su voz temblaba cuando su querida Amanda dudó de sus motivos,  ni hablar cuando le miró con reproche; no había nada que pudiera hacer entonces, estaba perdido

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MoriréWhere stories live. Discover now