Capítulo 18

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Como ya es bien sabido, una fiesta cumple su misión cuando está a rebosar de gente, no hay copa sucia y los invitados están usando sus más hermosos ropajes; la casa de Lincoln y Amanda cumplía en esos momentos con cada uno de los criterios.

Las mujeres de la casa seguían en la habitación, arreglando sus cabellos de distintas formas, nunca era suficiente.

Reían abiertamente de los chistes de la otra, en algunos momentos fingían que su relación era algo más que una desesperada compañía naciente de la incertidumbre vivida en aquella casa.

Por la mente de Amanda galopaban diversos escenarios posibles, una vez bajara aquello escalones donde Lincoln vestía elegante, cualquier cosa podría pasar, vivía en un constante caminar a ciegas; aquello le encantaba de una forma morbosa, se imaginaba cayendo a los brazos del hombre como si de una ridícula película romántica se tratara.

Su cabello largo caía en ondas perfectas espalda abajo, su vestido azul tenía abultada las mangas, sonreía nerviosa ante su reflejo, tomaba con orgullo su mentón recordando que este no debía ser bajado, eso le había informado Lincoln aquella noche: "Tan alto como puedas, Amanda querida. Este solo debe ser bajado ante alguien que se compare contigo: nadie."

Tan solo esas palabras le habían hecho dudar, según pensaba, debía callar y ceder cuando la ocasión lo indicara, ahora bien, siempre habían momentos en los que su lengua no se detenía; su marido en específico había hecho que todo se multiplicase.

Betty se ubicó con un sonoro bostezo detrás de ella, tomó el cabello de Amanda con delicadeza y lo ubicó con esmero entre dos pasadores con forma de libélula.

— Este, cariño —murmuró cerca de su oído—, fue el único regalo que me hizo mi esposo.

— No tienes que...

— Quiero que bajes —le dijo armoniosa— y se los enseñes, intenta que todo parezca natural.

— Bien.

— Eso le hará sentir terrible. —sonrió con amargura.

— Eso espero. —ella rió.

— Así será cariño —dudó antes de continuar—, bailarás hasta que tus pies duelan, les mostrarás cuán cómoda estás ante su presencia; si vacilas ellos lo notarán.

— Lo tengo —se sonrojó un poco—, todo irá bien, te lo prometo.

Se tomaron de las manos, Betty trazó el dorso de la mano de Amanda con su pulgar. Arregló por última vez la costura del hombro de la chica; miraron sus reflejos al tiempo, compartían el temor, cualquier paso en falso podría llevarlas a una muerte inminente por orden del monstruo.

Aunque sus manos seguían unidas, al levantarse de sus asientos y caminar rumbo a la multitud, sus seres estaban en lugares totalmente diferentes. La música retumbaba en las paredes del lugar con un piano como protagonista, los músicos habían durado muy poco en organizarlo todo. También se escuchaban las risas elegantes y el suave caminar de las mujeres sobre zapatos altos.

El gran salón estaba muy poco decorado, pero sin perder el encanto que la casa en general tenía, las mesas eran redondas, todas contaban con un mantel blanco sobre ellas, justo en el centro, un gran espacio, donde las parejas se balanceaban de un lado a otro junto a la melodía.

La joven esposa ubicó a su marido de inmediato, sonriendo para sus adentros, vestía una camisa gris oscura, arremangada en dobleces perfectos sobre sus codos, su cabello caía rebelde sobre su frente acompañando sus oscuros ojos, lucía bastante bien; hablaba tranquilo con un hombre alto, soltando risotadas de cuando en cuando.

Bajaron con rapidez sin molestarse en saludar a nadie, levitaban por el salón, navegando entre el mar de gente que esperaba su turno para hablar con el señor de la casa, una vez se acomodaron a su lado, no temieron interrumpir con descaro.

— No esperaba que nuestra pequeña fiesta tuviese tanto éxito.

Al marido se le iluminaron los ojos al escuchar las suaves palabras de la muchacha, aunque parecía ocultarlo, le había estado esperando desde que el primer invitado tocó el timbre de la casa, el suspenso, había sido exasperante.

— Ya vez, cariño. Somos famosos en la ciudad. —comentó contento.

El hombre con quién hablaba minutos atrás guardaba silencio esperando ser presentado.

Betty tomó la palabra entonces:

— Es un honor tenerle aquí...Señor.

— No me lo hubiese perdido por nada del mundo, mi esposa me atormentó con teorías respecto a esta casa.

— Ahora ve que no es tan misteriosa como pensaba. —concluyó Amanda con altanería.

— No esperaba menos, en realidad. —expuso el hombre.

— Espero que pase una hermosa velada; mantener las puertas cerradas nos ha hecho olvidar lo que hombre como usted pueden pensar acerca de nosotros —Lincoln hablaba alto para que la gente le escuchase—, ojalá sus teorías sean confirmadas, señor mío. Tal vez somos tan detestables como afirma su mujer.

El contrario le miraba extrañado, no esperaba aquella respuesta; soltó una carcajada aligerando el ambiente para luego salir casi despavorido, sin duda pensando lo poco amables que habían sido, no había entablado una conversación tan poco estilizada como aquella.

Eso haría que las masas se moviesen, que los chismes volasen y las lenguas de las señoras no pararían de moverse hasta que todo el mundo supiera que de la poca etiqueta tenía la familia de la calle 6.

Una nueva canción inició y con ello más parejas se amontonaron sobre la pista de baile, Amanda miró a su joven amiga buscando un poco de aprobación, para luego decir:

— La música es agradable.

— Lo sería aún más si usted y yo estuviésemos en el centro de ese lugar.

El comentario había surtido efecto, con ello, estaba más cerca de cumplir la promesa que incluía balancearse de la mano de su marido hasta que la música dejara de sonar.

Todo habría salido de acuerdo al plan si la voz gruesa de un anciano poco agraciado no se hubiese escuchado.

— ¡Maravilloso hogar, hijo mío!

El hombre se tensó al instante, en sus cienes se marcaron dos grandes venas y su mano se cerró en un puño. Tomó la mano de Amanda halándola hacia él, se acercó a su oído y susurró:

— Te lo pido, cariño. Juega sucio.

Aquello, se convirtió en una promesa.

Una que se sentía capaz de cumplir. 


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MoriréWhere stories live. Discover now