Capítulo 9

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Años atrás

Linda descansaba tranquila entre los almohadones, suspiraba pesadamente, su garganta estaba seca y tenía un constante dolor en la cabeza; todo estaba difuso, las drogas que le había mandado el doctor le hacían sentir como en otra dimensión.

La pequeña bebé dormía sobre el pecho de la mujer, escuchando como aquellos latidos iban perdiendo fuerza con el tiempo; la armonía entre ambas era cautivante, se respiraba el amor que solo una madre le puede profesar a su hija.

— Bájala de ahí. —dijo el hombre entrando a la habitación.

— Ya se te hacía tarde, Emmanuel —respondió ella entre tristes risas— ¿Qué tal la de hoy?

— ¿De qué hablas?

— Estoy enferma, pero no he perdido la razón, querido. Conozco la esquina que siempre frecuentas, así como sé quién es la mujer con la disfrutas a mis espaldas.

— Haré lo que se me dé la gana, Linda.

— No mereces nada de lo que tienes. —la mujer intentaba mantener la calma.

— ¿Crees que me importa? Mis días serán una miseria sin ti, morirás.

— Así será, Emmanuel, pero todo continúa; nuestra pequeña seguirá aquí.

El marido se sentó en el borde de la cama intentando procesar lo que le había dicho su mujer; no estaba preparado para lo que vendría después, quizá nunca lo estaría, dicen que solo se encuentra el amor una vez en la vida, y ese, por más que le doliera, nunca sería la recién nacida.

— No voy a ser lo que ella necesita.

— Emmanuel, tienes que serlo. —le rogaba.

— No estarás aquí para ayudarme, no quise ser padre, Linda.

— Tómala. —le acercó a la niña.

— Linda.

— ¡Tómala!

— Cierra la maldita boca —gritó—, te gusta dejarme los problemas, ¿verdad?

— Es nuestra hija.

— ¡Es tu hija! —lloriqueó— Si te vas, llévatela contigo.

Se levantó de un salto, en dos pasos ya estaba fuera de la habitación; con rabia, se encaminó nuevamente al viejo bar, a probar mujeres fáciles y a dejar olvidada en los últimos días al amor de su vida.

— Amanda, Amanda —le hablaba con cariño a su pequeña—; él lo hará bien, ¿sabes? Algún día entenderás.

Linda la colocó con cuidado sobre la cama, en silencio tomó la libreta y con esmero escribió para su hija, por desgracia ella leería aquello cuando ya la madre estuviese muy lejos de aquí:

No sabemos nada de este mundo, algunos días son realmente claros y llenos de amor, otros por el contrario, te hacen desear nunca haber puesto los pies fuera del vientre de tu madre; te mentiría si dijera que nunca he pensado así, pero, siempre hay algo que me inclina a seguir adelante, a levantarme, cuando encuentras aquello que te roba sonrisas sin querer, no volverás a temer.

La muerte como el mayor y más grande misterio de nuestra existencia nos hace creer que es la única salida a nuestros problemas, en mi caso, la muerte solo es aquello que me impide seguir viviendo ese "algo" que por fin le dio sentido a mi existencia; valoro cada momento a tu lado, siempre que sonríes mi mundo se pone de cabeza, eres el fruto de un amor incontrolable, de un deseo como ninguno.

Mi padre solía decirme que hay 7 minutos en donde tu vida pasa por delante de tus ojos, un pequeño y último recuerdo, moriré volviendo a verte, moriré sabiendo que ese algo me miró alguna vez con amor, moriré con temor; si hay algo en observándonos desde arriba, decidiendo por nosotros, cambiando todo aquello que creemos eterno, solo le puedo expresar mi más auténtico odio.

Nadie te amará como yo lo hago, ni el más suertudo de los hombres conocerá cada rincón de ti como yo lo hago; maldito sea el momento de mala suerte que me separará de ti, a veces no son suficientes 7 minutos, pero si a la hora de partir, es lo único que me resta, rogaré a aquel que te apartó de mi lado, que me permita volverte a ver, tan frágil como siempre, tan mía.

Amanda, Amanda, Amanda.

Te amaré sin temer hasta que la muerte nos separe.

Con amor

Mamá.


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MoriréWhere stories live. Discover now