Capítulo 28

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Hacía un día hermoso en la casa de la pareja, las ventanas estaban abiertas de par en par, cada uno en su habitación disfrutaba del momento, hasta que la reunión empezara, el plan iba a ser expuesto.

A las 3 en punto sonaría el reloj de la mesilla de Lincoln y entonces se encaminaría a la biblioteca, quizá encontrándose en el pasillo o tomando caminos diferentes. El ambiente en la casa se respiraba pesado, cualquier sonido fuera de lo común les sobresaltaba.

Estiraron las arrugas de sus vestidos y contaron los últimos segundos en voz alta; las puertas se abrieron y ojos nerviosos se encontraron.

Les dividía del lugar un pasillo y unas largas escaleras. Amanda bajó primero conteniendo la respiración, Lincoln desde atrás veía sus huesudos brazos contraerse. La biblioteca era el lugar preferido de ambos, las grandes ventanas que iluminaban el lugar, hacía que las malas noticias sonaran agradables.

La mujer tomó asiento en un sillón de cuero raído, mientras, el hombre con paso elegante se recargaba en una silla de madera tallada. Se miraban con intensidad sin escuchar más que sus propias respiraciones.

Como si algo le incitara, Lincoln pronunció por lo bajo:

— He decidido que lo mejor es morir y deseo que usted me acompañe.

Amanda tragó saliva sin intentar si quiera ocultarlo, no esperaba que el hombre le dijera aquello, estaba dispuesta a todo, menos a morir.

— No se alcanza a imaginar las fuerzas invisibles que me halan al final, encuentro en la muerte una salvación deliciosa —miraba al vacío—; la he escogido para que usted me acompañe en la travesía y así el peso que en su espalda carga sea deshecho.

La situación no tenía pies ni cabeza, la fascinación y el terror revoloteaban por el aire; las palabras no salían de la boca de la mujer, no sabía con exactitud si tendría acaso una opción.

— Imagínelo Amanda, no tendría que preocuparse por nada.

— Porque dejaría de existir. —contestó ella con evidente enojo.

— Eso le daría una lección a todos los que han vuelto la existencia en una pesadilla.

— ¡Hay mejores formas de hacer eso! —se exaltó.

— ¿No está dispuesta a hacerlo?

Ella guardó silencio, le había prometido no negarse a nada de lo que le propusiese, pero aquello la estaba llevando demasiado lejos.

— No deseo quedarme esperando a ser sorprendido por la muerte, Amanda.

— Su solución entonces es: escapar. ¡Que valiente!

— No lo entendería.

— No, no lo hago, porque no quiero morir. Aún tengo muchas cosas por vivir, podría ser madre, hacer algo que ame, leer todos los libros de la biblioteca, cuidar el jardín de mi madre. ¡Usted no entiende lo que es vivir!

— ¡Solo quiero tener el control sobre un maldito aspecto de mi vida, Amanda!

— Aún nos falta mucho por vivir, podríamos ser felices.

— Tuviste la felicidad que te puedo ofrecer.

Ella estalló en lágrimas, todo aquello que había creído conseguir se le estaba escapando de las manos.

— No puedes querer que me quede, Amanda. —dijo él sonriendo con burla.

— Necesito que estés aquí.

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