Capítulo 3

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Tan solo unas horas habían pasado cuando la curiosidad de Amanda la dominó por completo; se debatía bajo sabanas si ir al cuarto de su amado, demostrando así, que era capaz de retarle y no habría nada que la detuviese; aunque en el fondo ella sabía que esa no era la razón por la que iba.

Desde la muerte de la madre de Amanda, se habían prohibido las visitas, el padre había caído en el más profundo de los dolores, la casa bien cuidada de la que se enorgullecía, quedaba reducida a un extenso laberinto de pasillos oscuros, con paredes repletas de moho, la colección de arte fue escondida en un armario y la casa fue perdiendo la vida que en algún momento tuvo.

Amanda recorría en silencio el camino a la habitación de Lincoln, el piso viejo de madera traqueteaba bajo el peso de la chica, quien tarareaba una pegajosa canción en un intento frustrado por disipar los nervios que corrían rápido en un fugaz hormigueo.

La puerta de la habitación elegida por el hombre estaba entre abierta, casi esperando que Amanda fuese a observarle; tan solo una gran cama junto a una mesa acompañaban la oscuridad de la estancia. La chica se acurrucó en un rincón esperando no ser vista por el hombre, que permanecía sentado en el borde de la cama, de espaldas a la entrometida mirada de la mujer.

Miles de pensamientos ansiosos rondaban por la mente de la joven, la emoción por ver a su marido la había sacado corriendo de la cama, pero, teniéndolo tan cerca, no encontraba razón alguna para permanecer allí.

— No sabía que era su estilo espiar a un hombre en su intimidad, Amanda. —exclamó el joven sin emoción.

— No sabía que el suyo era dejar un matrimonio sin consumar. — dijo esta sin pensarlo.

— ¿Eso es lo que quiere, Amanda?

Ella guardó silencio con vergüenza.

— No era mi intensión decirlo de esa manera.

— No me interesa su cuerpo, Amanda. Una mujer como usted tiene más cosas que ofrecerle a su marido.

— Disculpe. — susurró.

— Comprendo lo complejo que puede ser para usted —se adelantó—; sería más fácil para ambos si marcamos un camino, ¿no lo cree?

— Soy más de lanzarme al vacío. —concluyó alzando una ceja, gesto imperceptible en la oscuridad del pasillo.

— En ese caso no funcionará.

El hombre se levantó de su asiento en dirección a la puerta de madera.

— Lincoln.

— ¿Qué desea, Amanda? —exclamó este impaciente.

La chica se acercó al hombre, su cabello estaba revuelto, aquella gabardina que hace tan solo unas horas reposaba elegante sobre su regazo estaba abierta de par en par, dejaba a la vista una simple camisa blanca.

— Me resigno a dormir sola. —habló por fin.

El hombre tragó saliva con nerviosismo, mirándole a los ojos directamente, esperaba que revelase sus verdaderas intenciones.

— ¿Se da cuenta lo despiadado que llega a ser al dejarme en una habitación sola?

— Respeto su intimidad.

— Estamos casados, Lincoln.

— Amanda...

— No lo considero apropiado —le interrumpió—; vivimos en una casa con más de cinco habitaciones, la soledad puede ser agobiante.

— No lo veo de ese modo, Amanda.

— Le exijo que sea un buen marido. —dijo alzando la voz.

— ¿Le han dicho que puede ser desesperante?

— No se desvíe del tema, señor.

— Mi plan no es ser el mejor de los amantes —empezó—, pero le puedo asegurar que tendrá todo lo que merece. Hasta que la muerte nos separe.

Amanda le miraba escéptica; no tenía necesidad alguna de estar allí parada, sin embargo, aquella oscuridad que la envolvía al apagar la luz solía ser agobiante para ella. Su padre nunca durmió lejos de ella, todas las noches la joven se prendía del pecho del viejo, quien le susurraba en el oído hasta que esta se quedara dormida. Pronto serían 20 años a su lado, de no ser por el egoísmo del anciano, Amanda le necesitaba, estaba dispuesta a sacrificar su dignidad si de ello dependía no volver a sentir aquel miedo creciente cada noche.

— ¿Tan difícil es para usted? —insistió ella.

— Amanda, ¿qué espera de mí?

— No haría usted cualquier cosa por amor.

— No viene al caso.

— Respóndame.

— No he amado a nadie lo suficiente para pensar lo que sugiere. —mintió.

— En ese caso, está lejos de entender qué es lo que espero de usted.

La joven alzó su pecho en señal de victoria, sin dejar de mirarle fijamente.

— Amanda.

— Dígame. —exclamó sin poder evitar sonreír.

— ¿Qué tanto es su deseo por consumar este matrimonio?

— Me está malinterpretando.

— Fue clara, ¿no es así?

— Lincoln.

— Siempre había creído que sería diferente ¿sabe? La virginidad no es más que una forma de asustar a las jóvenes promiscuas, lamento decirle, que aquello que lleva aguardando por mí, no es de mi interés.

— ¿A qué le teme, Lincoln?

— Amanda...

— ¿A qué le teme, Lincoln?

Impaciente, el hombre cerró la puerta en la cara a su esposa, con el corazón casi saliéndole del pecho.

— Pronto, pronto. —se dijo a sí mismo.

Su familia le admiraba su tranquilidad y aquella forma tan envidiable de mantener la calma, pero los sucesos de este día estaban lejos de coincidir con aquella imagen perfecta.

Lincoln se tomó la cabeza con ambas manos, se recargó en la pared, esperando que su respiración se tranquilizara un poco, aquella mujer estaba haciendo que todo se le saliera de las manos.

— Este no era el maldito plan, Amanda. —se lamentó con rabia.

Al borde de las lágrimas, escuchaba como la causante de todos sus problemas golpeó con fuerza la puerta algunos metros más allá. 


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