𝟛- 𝕊𝕒𝕞𝕒𝕟𝕥𝕙𝕒

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Puta mierda

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Puta mierda

El humor de Samantha no estaba mejorando para nada. Desde el día anterior, todo le estaba yendo de la mierda y lo único que quería era fumar, pero el idiota de su padre le había robado las dos cajetillas que tenía de repuesto.

Es por ello que al ver al par de idiotas que tiene por mejores amigos, se le revolvió el estómago. Se supone que pasarían por ella ya que su moto decidió morir el fin de semana y ha estado dos días enteros con el mecánico.

Al divisarlos en el pasillo de la escuela, caminó rápidamente hacia ellos y les propinó un buen golpe en la cabeza a cada uno. Después de aquello, se fue sin mirar sus reacciones, pasando por encima de los libros del estúpido chico que estaba en el suelo recogiendo sus cosas.

Trío de inútiles.

Caminó por los pasillos sin mirar a nadie en específico, pero una voz la hizo parar.

—Buenos días, princesa.

Se dio la vuelta para enfrentar al alto chico de ojos Hazel que la miraba con una sonrisa en el rostro.

—Te he dicho que no me digas princesa, idiota.

Las palabras de la pelinegra hicieron reír al receptor del mensaje,lo que causó la molestia de la joven.

Aun aguantando la risa, el chico tomó con fuerza la cintura de Samantha y dirigió sus labios hacia los carnosos y rojos labios de ella justo en el momento en que el timbre anunciaba el comienzo de clase.

Duró unos segundos sin corresponder al beso del chico, pero al final decidió ceder, ya que, si algo sabía hacer bien Iván, era usar su lengua.

Se separaron por falta de aire, él con una sonrisa y ella con su característica cara de autosuficiencia.

—Ya es suficiente, ahora aléjate.

Se separó con brusquedad de su agarre  y retomó su caminar sin voltear a ver a su sonriente novio.

Idiota, por su culpa llegaré tarde.

Al llegar al aula, casi es regañada por su profesor de clase, pero su asqueroso gusto por la pelinegra, solo lo hizo sonreírle con coquetería y señalarle un asiento vacío frente a él.

La pelinegra mantuvo aquella cara de póker como cada vez que algún idiota intentaba coquetear con ella y se dirigió al fondo del salón, en donde había un asiento vacío.

Sintió la mirada de todos siguiéndola, pero para su fortuna, alguien tocó la puerta en ese momento, desviando toda la atención de ella.

Después de que el profesor diera permiso para que entrara quien estuviera fuera, la pelinegra pudo ver a través de la puerta del salón a un chico con una cazadora de cuero negra y una camisa del mismo color, sonriendo al profesor mientras sostenía una hoja en la mano.

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