𝟚𝟘- ℙ𝕦𝕣𝕘𝕒𝕥𝕠𝕣𝕚𝕠

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Había pasado más de un mes desde aquella plática con su hermano, más de un mes de no atreverse a decirle la verdad a su chica

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Había pasado más de un mes desde aquella plática con su hermano, más de un mes de no atreverse a decirle la verdad a su chica.

Lo había intentado docenas de veces, pero en cada una de ellas, la rizada comenzaba a tartamudear y terminaban teniendo sexo por que eso le daba ternura a la pelinegra, lo que ponía caliente a la rizada.

De hecho, justo había intentado decírselo hace unos diez minutos atrás, por lo que ahora se encontraba con la mano de la pelinegra dentro de sus pantalones, dándole placer, mientras que la rizada se encontraba mordiendo su labio inferior, intentando no hacer ningún ruido, porque estaban en los baños del primer piso de la escuela.

—Vamos ricitos, apresúrate que se escucha gente en el corredor...— Susurró en el oído de la castaña, quien comenzó a soltar maldiciones en lo bajo y a retorcerse al recibir una descarga de espasmos por lo dicho anteriormente por la pelinegra, después de unos segundos terminó corriéndose en la mano de su novia, con una enorme sonrisa en sus labios y mejillas sonrojadas— Tan obediente, me encantas...

Los gruesos labios de la mayor chocaron con los contrarios y un delicado beso fue depositado ahí antes de sentir como las manos de su novia comenzaban a abrochar su pantalón con rapidez.

—Vamos— Dijo para después abrir la puerta del cubículo y dirigirse hacia el lavamanos para retirar los fluidos que habían quedado en sus dedos.

Evanna se quedó viendo como el agua escurría por las manos de Sam, parecía hipnotizada, recordando todas las veces en las que esos dedos le han dado placer.

—¿Quieres que te acompañe a clases? — La rizada comenzó a negar.

—Mis clases terminaron hace media hora...

No dejaba de mirar aquellas manos que hacían magia con su toque, estaba hipnotizada y aún quedaban rezagos de aquel orgasmo.

Una sonrisa autosuficiente llegó a los labios de la pelinegra al ver como la rizada no dejaba de ver sus manos.

—Me tengo que ir ricitos, pero puedes ir a mi casa hoy en la noche y todo lo que desees serán órdenes...—Cerró el grifo y se acercó peligrosamente a la rizada. Comenzó a besar lentamente su cuello y dejó besos húmedos en él, pero fue interrumpida cuando un fuerte portazo las hizo saltar a las dos.

Una chica acababa de entrar a toda prisa a uno de los cubículos y había azotado la puerta al cerrarla. Aunque fue demasiado rápido todo, la rizada logró reconocerla al instante.

—¿Carly? —Se alejó de su mate para asegurarse de que su amiga estuviera bien. Se paró detrás de la puerta y comenzó a tocar un par de veces— ¿Cariño estás bien?

Unos débiles sollozos se oyeron del otro lado de la puerta, alertando a la castaña.

—Estoy bien— Intentó hablar con naturalidad, cosa que no logró.

EnlazadasWhere stories live. Discover now