𝟚𝟜- 𝕄𝕒𝕕𝕣𝕖

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Las gotas acariciaban lentamente la piel de la pálida chica bajo el chorro de agua

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Las gotas acariciaban lentamente la piel de la pálida chica bajo el chorro de agua. Su largo cabello negro llegaba hasta su cadera y de ahí dejaba caer lentas gotas de aquel líquido caliente.

Hacía tanto tiempo que la joven chica no tomaba un baño bajo el agua caliente que duró en el lugar mucho más de lo esperado, pero cuando salió pudo observar frente a su cuerpo como una media luna se dibujaba entre sus pechos, era una fina línea plateada lo que hacía aquella figura en su pecho. Si no ponías atención era imposible verla, pero ahí estaba y era bellísima.

Acarició aquella zona mientras su cabeza creaba miles de teorías del porqué había aparecido en su cuerpo, pero la única conclusión lógica que encontró fue su novia, Evanna, quien decía que veía lazos plateados saliendo del pecho de las personas.

¿Será que ahora que mi loba está conmigo estamos más conectadas?

Le sorprendió que la loba sin nombre no hubiera afirmado ni desmentido aquello, pero decidió darse prisa y ver a la reina, de esa manera vería más rápido a su novia.

Fue a la puerta que había al lado del enorme baño con tonos violetas y al abrirla encontró un enorme cuarto con armarios que iban desde el alto techo hasta el suelo, repleta de ropa de todos los estilos. Se acercó al lugar y pudo notar como la ropa que había ahí era de su talla.

Se aproximó a los pantalones negros y anchos, pero cuando iba a tomar uno de ellos una voz en su cabeza la detuvo.

Procura tomar un vestido, Samantha.

Yo no uso vestidos, lobita.

Lo harás ahora, tenemos que vernos presentables ante la reina.

No, olvídalo.

Samantha...

No lo haré, ni lo creas. Y esa es mi última palabra.

De nueva cuenta volvió a acomodar aquella prenda que cubría su cuerpo, era de un tono celeste que hacía ver sus ojos de aquel mismo color. Lucía hermosa para todo el que la veía, a pesar de que se veía notablemente incómoda.

—Loba de mierda...

La receptora del mensaje la ignoró por completo. Llegó a un lugar algo alejado de su cuarto y volvió a toparse con una enorme pared. Llevaba un buen rato intentando encontrar a alguien que la sacase de aquel laberinto y al darse la vuelta sus plegarias fueron escuchadas.

—¿Está perdida, señorita?

Un joven con armadura la salvó y la llevó al enorme jardín en donde pudo encontrar de inmediato a la reina, quien se encontraba acariciando su hinchada panza mientras tarareaba unas canciones, sentada en una banca de metal rodeada de flores de muchos estilos.

EnlazadasWhere stories live. Discover now