𝟛𝟙- 𝔼𝕝 𝔻𝕠𝕞𝕠 𝔻𝕠𝕣𝕒𝕕𝕠

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—Tú no eres mi padre, ni ella mi madre— La tos volvió a atacarla— C-cállate de una maldita vez

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—Tú no eres mi padre, ni ella mi madre— La tos volvió a atacarla— C-cállate de una maldita vez...

El hombre solo negó.

—Tienes razón, no soy tu padre— Repitió, y se sentó en una silla mientras miraba a la pelinegra— Creí que nunca te darías cuenta, me alegra que lo hicieras ahora que empezaremos de cero. Aunque, siendo sincero, si mi Donna y yo hubiéramos tenido hijos no serían como tú, ellos serían lindos, tiernos, inteligentes y útiles. No un desperdicio como tú....

Aquellas palabras no causaron ningún efecto en la pelinegra, ya que se había acostumbrado después de tantos años viviendo bajo su techo.

—Pero no te pongas triste, en cuanto tu madre vuelva, seremos la familia que ella siempre deseó, que ella siempre mereció.

—Donna está muerta, no puedes traerla de vuelta.

La energía en el cuerpo de la pelinegra estaba haciéndose cada vez menor por la pérdida de sangre de la herida en su ojo.

—Nunca te conté como fue que llegaste a nuestra vida, ¿verdad? Lo haré ahora. Ya que si no conoces tus raíces no sabes quién eres— Miró hacia la rizada, quien no dejaba de llorar mientras miraba el ojo de su mate—Ya le conté esta historia a tu noviecita, por que tiene que saber que su sacrificio ha valido la pena, ¿sabes?

[Verás, Donna era una mundana que conocí un día al visitar a los mundanos mientras hacía prácticas de campo allá, en cuanto la vi lo supe, supe que era mía, ojalá la Diosa Luna hubiera sido lo suficientemente inteligente como para verlo y hacerla mí mate, pero solo fue una maldita zorra que se equivocó al no conectarnos. Ella era perfecta, era hermosa, tenía unos hipnotizantes ojos cafés y su piel, oh su piel... Era tan oscura que me hacía tocar el cielo. Los dos nos amábamos, lamentablemente ella era muy pequeña como para poder venir a vivir conmigo sin que sus padres lo permitieran, ¿¡puedes creerlo!?

Mi pobre Donna lucía tan asustada de ellos que en nuestro primer encuentro me mordió tan fuerte mi entrepierna que mi lobo no pudo evitar golpearla. Ella quedó muy mal, seguro era por que le preocupaba que sus padres la odiaran, y por eso no podía moverse de la cama.

Intentamos tener hijos, pero ella no respondía. Así duramos más de 4 años, hasta que un día decidí salir a correr y te encontré, eras una bebé hermosa. Te llevé de inmediato hacia tu madre, pero al llegar...

Ella había estado tan enferma aquellos últimos días que, el día que te llevé, ella murió. Antes de conocer a nuestra hija...

Antes de conocerte]

El estómago de las chicas en ese cuarto se revolvió al escuchar aquello, a pesar de que ya lo había escuchado cien veces la rizada, seguía causando aquel efecto.

—¿Robaste a una niña?— Su voz salió rasposa y ronca— Maldito enfermo...

—¡Yo no la robé!— Gritó con enojo—Ella era mía, me pertenecía... ¡Me pertenece! y ella...— Apuntó a la rizada—Me la regresará.

EnlazadasWhere stories live. Discover now