𝔼𝕤𝕡𝕖𝕔𝕚𝕒𝕝 ℕ𝕒𝕧𝕚𝕕𝕖ñ𝕠

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Hacía apenas unos pocos días en los que las pequeñas gotas congeladas comenzaron a cubrir Lunae, pocos días en los que los niños comenzaron a salir a jugar fuera de sus casas con esa esponjosa capa de nieve que rodeaba sus hogares, pocos días en l...

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Hacía apenas unos pocos días en los que las pequeñas gotas congeladas comenzaron a cubrir Lunae, pocos días en los que los niños comenzaron a salir a jugar fuera de sus casas con esa esponjosa capa de nieve que rodeaba sus hogares, pocos días en los que las casas eran más frías que de costumbre y hacía a los habitantes del lugar mucho más apegados al calor de su hogar.

La pequeña cabaña rodeada de montañas cubiertas de blanca nieve se encontraba en completa armonía, las dueñas de aquel pequeño, pero hermoso lugar se encontraba acurrucadas entre una gran frazada, frente a frente, disfrutando de un reñido juego de mesa que las tenía a ambas bastante concentradas.

-¡Ja!- Exclamó Samantha, mientras alardeaba de su suerte en la cara de su esposa y hacía caminar su pequeña pieza en el tablero-Ocho, nueve, ¡Diez!

La rizada rodó los ojos al ver a la presumida de su esposa fanfarronear por su suerte, posteriormente cerró los ojos con molestia y jugó con los dados en su mano antes de lanzarlo a la pequeña mesa entre ellas y ver el par de números "1" en sus caras superiores.

Vio el lugar que le correspondía a su pequeña pieza de plástico y el dibujo de una pequeña prisión la hizo bufar.

-¡No puede ser! - Soltó molesta y con la cara roja, gritó-¡Deja de hacer trampa, Moon!

La pelinegra soltó una carcajada al ser atacada por su esposa, quien le ameritaba todas sus tragedias.

-Pero si yo no estoy haciendo trampa- Dijo al calmarse un poco del ataque de risa- ¿Cómo siquiera puedo hacer trampa en este juego?

Las mejillas de su esposa seguían al rojo vivo, no solo de la molestia, sino de la vergüenza que le dio el culpar a su esposa de su mala racha en un juego de mesa.

- Tú lo trajiste a la casa, podría estar truqueado por algo...

-No lo está, nena. - La pelinegra tocó con la punta de los dedos de sus pies los de su esposa, que estaban bastante cerca de los suyos, a pesar de que los dos estaban sin calcetas, estaban calientitos - No sería tan sucia, y lo sabes.

Los verdes ojos de la castaña se deslizaron hacia el rostro de su esposa, quien la miraba con burla.

-Ya no quiero jugar- Dijo mientras escondía la cabeza en sus piernas, que estaban flexionadas frente a su torso. - No me gusta, es aburrido.

-Solo es aburrido porque estás perdiendo, Evanna.

-No me digas Evanna- La rizada había descubierto hace unos años lo mucho que odiaba que su esposa la llamara por su nombre y no con algún apodo amoroso, si, era muy cursi.

- ¿Por qué no, Evanna? - Se burló de nuevo.

-¡Amor! - La regañó y pateó su pierna por debajo de la mesita.

Ambas se miraron con una sonrisa, disfrutando del ambiente y del paisaje frente a ellas, unos segundos de aquello fueron suficientes para que la rizada deseara saborear los gruesos labios que portaba su esposa y no esperó demasiado antes de que la pelinegra levantara una ceja, retando a su esposa, quien sin dudarlo salió de la frazada que la tenía calentita y se subió a la mesa, tirando a propósito el estúpido juego entre ellas y atrayendo a su esposa en un hambriento beso.

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