𝟚𝟝- 𝔻𝕚𝕠𝕤𝕒 𝕃𝕦𝕟𝕒

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La noche había llegado a los bosques de la Reina de Lunae, quien miraba por su ventana, preocupada por la recién llegada, quien ya había pasado muchas horas fuera de su cuidado

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La noche había llegado a los bosques de la Reina de Lunae, quien miraba por su ventana, preocupada por la recién llegada, quien ya había pasado muchas horas fuera de su cuidado. Sabía que estaba bien, su madre la protegía y si intentaba salir de sus terrenos sería advertida.

—Thea— La llamó su mate, su alma gemela— ¿Quieres que vaya a buscarla? Pídemelo y sabes que lo haré bebé.

La mujer volteó a ver a su esposo y negó mientras pasaba sus brazos por el cuello ajeno, acercándolo a ella.

—No, ella está bien. Necesita procesar las cosas— Depositó un pico en los labios de su amado y cerró sus ojos mientras acomodaba su cabeza en el cuello del contrario—Estoy cansada, ¿me llevarías a la cama?

Sin esperar un segundo más, el castaño pasó uno de sus brazos por la espalda de su mujer y el otro por debajo de sus rodillas, cargándola con demasiada facilidad.

—Lo que mi reina ordene.

Al llegar a la habitación la dejó lentamente en el cómodo colchón y procedió a arrodillarse frente a ella mientras sacaba sus botas con cuidado.

—¿Crees que ella lo acepte o al menos me crea?

El hombre comenzó a masajear sus pies con mucho cuidado y la miró a los ojos, con ese brillo de amor y deseo que se ha mantenido en su mirada a través de los años.

—Lo hará, sé que Selene hará lo necesario para que así sea. Mucho más ahora que Evanna está tan herida.

—¿La llevaste a casa?— Daniel asintió lentamente y se acercó a su mujer, para darle acceso a su cuello, en donde descansaba aquella marca de propiedad. Al sentir un tierno beso y después una lamida en el lugar, el cuerpo del cazador se llenó de placer y calma.

—Eh...— Titubeó un poco por las sensaciones en su cuerpo— Sí, la saqueé de aquel río contra su voluntad y la dejé en las puertas de la mansión antes de ver el portal y entrar.

—Está bien, ahora ven y quítame la preocupación de encima.

El hombre sonrió y se acercó a su mujer, aquella que no había envejecido ni un poco desde el primer día que la vio, tan bella y deslumbrante como siempre.

—A sus órdenes, reina.

—Odio tus labios...

Los ojos de la pelinegra se abrieron de par en par al escuchar semejante declaración.

—¿Cómo es posible que odies algo que cada que se te pone en frente no dudas en comerte?

—¡Justo por eso los odio!— Gritó Evanna con una sonrisa en los labios y sin dejar de mirar los contrarios— Solo míralos, son tan apetecibles, tan bonitos y excitantes. Todo el tiempo quiero tenerlos en mi poder y me distraen....

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