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El estomago de Carli se sentía como un hirviente guiso de porotos que bullía en su interior mientras se dirigía de regreso a la casucha de Thadeas. Él parloteaba sobre algo a lo que ella no prestaba atención, y el señor fuese misericordioso con ella, a Thadeas no parecía importarle en lo más mínimo que no siguiera su línea de pensamientos. 

Pero, ¿es que, que se podría esperar de una persona que estaba a un paso de alcanzar su anhelo más grande hasta el momento? No mucho, si debía ser sincera. Carli al menos agradecía no estar babeando al sentir su cálida y gran mano envolviendo la suya. 

Al llegar a la casita que compartía junto a su jefe, su pulso se aceleró. Ella siempre había sido una persona nerviosa, pero esta vez, esos nervios nada tenían que ver con connotaciones negativas. Todo su cuerpo vibraba ansioso por recibir las atenciones de Thadeas.

Él abrió la puerta con cuidado, y como el perfecto caballero que era, la dejó pasar primero. Antes de que cerrase la puerta, Carli se lanzó a sus brazos y tomo los costados de la camiseta que utilizaba. Ella aferró, como ventosas, sus labios a esos del hombre que la volvía loca. 

Thadeas gimió tomado por sorpresa y ella aprovechó para ingresar su lengua indiscreta a la tibia cavidad bucal de él. ¡Era el maldito cielo! Pensó con dicha. Thadeas sabia a té de lavanda y notas cítricas de naranja. 

—Carlotta —jadeó él, separándola un poco. Sus ojos chocolatosos no eran más que pupilas vidriosas ahora. —Me encantas —volvió al asedio, esta vez comenzando a manosearla con ganas. 

Thadeas la apretó contra su cuerpo y aprovechó para restregarla contra su erección. Sus manos le apretaron el trasero con fuerza mientras arremolinaba la tela del horrendo vestido que utilizaba, cortesía de Callidora,sobre su vientre. El aire le puso la piel de gallina al sentir sus muslos desnudos y el olor de su deseo. 

—Yo... —Carli sabía que debía avergonzarse por mostrar señales de una hembra en celo, pero es que nada más mirar el deleite en los ojos de Thadeas y sus inhibiciones desaparecían. —Olvídelo. 

Cuando el vestido salió a través de su cabeza y ella quedó completamente desnuda a escrutinio de Thadeas, sintió que las piernas se le volvían caramelos masticables. Él la sostuvo, volviendo a apretarla contra su torso y conteniendo la respiración. Thadeas bajó la cabeza y sorbió la piel que sobresalía en medio de su escote, provocando que un escalofrío de los buenos, le recorriera la espalda. No conforme con eso, él sonrió con malicia y mordisqueó su sensible pecho, acercándose cada vez más hacía su pesado y necesitado pezón. 

Carli sintió que se movían, pero no fue consciente de hacia donde. Thadeas la depositó suavemente en la cutre cama que tenía y cernió su cuerpo sobre el de ella, obligándola a abrir sus muslos para recibirlo. ¡Oh, señor! Canturreó. ¿Ella quería saber lo que se sentía tener la atención de ese semental? Pues ahora Carli entendería las consecuencias de haber despertado a un volcán dormido. 

Thadeas se molió contra ella haciéndole saber cuanto la deseaba y como de exitado lo ponía. Carli no era una mujer de curvas insulsas o rasgos suaves. Ella era una mujer del tipo que a Thadeas le gustaban, de senos grandes y pezones apetecibles, como trufas de chocolate. Sus muslos eran generosos al igual que su trasero, ese que le encantaba apretujar entre sus manos. Él nunca hubiese imaginado que los rollizos alrededor de su ombligo se le hicieran tan sensuales. 

—Deliciosa —murmuró cuando paseó su lengua por la piel de su cuello. Él quería viajar al sur, pero sabía que no debía apresurarse. La tendría toda para él. Siempre. Se enderezó sobre si mismo para darle una repasada y se sintió satisfecho al verla tan afectada como él. ¿Por qué se suponía que había luchado durante tanto tiempo con lo que esa pequeña humana le provocaba? —Eres preciosa, Carli...

ThadeasWhere stories live. Discover now