26

240 40 17
                                    

Carli debía ser honesta consigo misma y reconocer que nunca se le había dado bien el tener que consolar a las otras personas más allá del "¿Cómo te sientes?" o "No te preocupes, todo pasará". Frases protocolares, o de cajón como le gustaba llamarlas. Ese conjunto de palabras que le quitaban el hierro a la situación y mostraban que ella simpatizaba con la situación del destinatario de dichas frases. Ahora, cada vez que caía  en la realidad de su situación y de quienes la rodeaban, sentía que decirlas sería una completa perdida de tiempo.

Estaba preocupada por Thadeas y su padre. También por Callidora y por el avanzado estado de embarazo de Galatea. En más de una ocasión se encontró cruzando los dedos para que la vampiresa no se pusiera en trabajo de parto y ella tuviese, inevitablemente, que servirle de matrona. 

Diablos, de solo pensarlo le escocía la piel. 

Los recuerdos de su tranquila, y aburridísima, vida antes de que Mimi le ofreciese el trabajo de secretaria, se sentían demasiado lejanos. A veces pensaba en aquella tonta muchacha, preocupada por no conseguir trabajo debido a su aspecto físico o su falta de cualidades, y sonreía. Era increíble reconocerse a si misma que sus días de miseria habían valido la pena y que toda espera tenía su recompensa. ¿No fue paciente también con el rechazo de Thadeas? Ahora podía gritar a los cuatro vientos que era suyo y que la elegía por sobre todas las otras cosas. 

Sí, la vida era hermosa. Pensó. Más allá de la terrible situación en la que se encontraban, debía reconocer que al fin esta le sonreía. 

—¿Carlotta? —oyó la suave voz de Galatea y levantó su vista de la taza que sostenía. Ya era bien entrada la noche, sin embargo, ella se veía incapaz de conciliar el sueño. —¿Estas bien? 

Carli asintió con una imperceptible sonrisa. El té en su taza ya se había enfriado y su trasero regordete se sentía adormecido al haber pasado tanto tiempo en la misma posición.

—¿Necesitas algo, mi señora? —preguntó con cortesía y disimuladamente volvió a cruzar los dedos para que Galatea no se pusiera a pujar allí mismo. Se la imaginaba de pronto poniéndose de rodillas y empezando a parir. Quiso sonreír, ni siquiera en una situación tan preocupante su sentido del humor mermaba. —¿Quieres té? 

Cuando la preciosa rubia estaba por contestar, Carli sintió un hormigueo que la estremeció. Toda su columna vertebral se puso en alerta y sus atrofiados sentidos humanos percibieron la amenaza antes de que llegase a ellas. 

—Mierda. Tenemos que irnos.

Se levantó como un resorte y tomó el delicado brazo de la mujer embarazada. Galatea gimió bajito, pero la siguió mansamente sin preguntar el porqué de su arrebato. Parecía que ella estaba acostumbrada a seguir a otros, o que confiaba ciegamente en ella. 

Carli se sintió terrible cuando la sacó por la puerta trasera de la casona en la que se encontraban. La pobre vampiresa no utilizaba más que un amplio camisolín y el respectivo chal de hilo que lo adornaba. A medida que pasó el tiempo, Carli había notado que Galatea parecía haberse quedado en alguna época pasada y le repelía a los cambios, tanto de imagen como de vida. 

El frío húmedo les caló los huesos, pero no tenían más tiempo. Ya no. Galatea no dijo nada, solo apretó con fuerza el chal que utilizaba y caminó a paso apresurado tras de ella. 

Un gritó las dejó quietas en su lugar y Carli suprimió un jadeo cuando la mano delgada de la vampiresa se apretó alrededor de la suya al punto de provocarle dolor.

—¡Hey! ¿A donde creen que van, preciosas damas? 

Carli se giró con una expresión pétrea. El miedo fluía a través de su sangre, pero se negaba a mostrar algún signo de debilidad frente a su atacante... que de pronto se convirtió en más de uno.  

ThadeasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora