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Carli ya sabía que para progresar en el mundo moderno era importante una buena apariencia. Aspecto del que ella carecía, a ojos de los empleadores a quienes visitaba. Y no que fuese una masoquista o le gustase ser rebajada por sus desproporciones corporales. Ese ámbito laboral era el único en el que ella pensaba que se desarrollaba bien; vendedora en tiendas. 

Ella no tenia estudios de grado y jamás había pisado una universidad, ni siquiera como visita. Pero era buena en matemáticas y la función de cumplir tareas coordinadas. Además, su labia y talento para convencer a los demás era innato y disfrutaba del contacto con la gente. Sin embargo, Carli no era lo que se esperaba hegemónicamente en los lugares en los que solicitaba trabajo.

Cuando no era su color de pelo, lo eran sus generosas curvas. O en otros lugares tuvieron el descaro de hacerle menos por la cantidad de maquillaje que utilizaba. Ella había sufrido acné en la adolescencia y algunos granos le habían dejado recordatorios...

Estaba tan cansada de golpear puertas y no ser escuchada. 

Se limpió la solitaria lagrima que descendió sobre sus mejillas y guardó con rabia su hoja de vida dentro del bolsito que llevaba. Suficiente ya había pasado en el día, como para ahora llamar la atención por su lloradera frustrada.

**

—¡Señora Mimi, ya llegué! —avisó a la anciana hipoacúsica para la que trabajaba. En varias ocasiones le había dado un susto de muerte al aparecer de repente. —¿Qué hace? 

La encontró en su sala de estar arreglando pulcramente una carpeta de tapa cristal. 

—Hola, Carli —saludó la simpática mujer. —Estoy preparando una carpeta de hojas de vida para encontrarle una secretaria a mi antiguo jefe. ¿A ti como te fue?

—Bien —mintió. —Quedaron en llamarme en la semana— miró con interés la cantidad de hojas en blanco y negro.— ¿Ya sacaste la ropa de la lavadora? —Mimi negó. —Bien, ahora mismo lo haré por ti. 

—No cariño, te prepararé un té y luego puedes comenzar con tus labores diarias. 

Carli asintió y luego se acomodó en el sofá frente a la pequeña mesa ratonera donde Mimi reunía los papeles. Ella notó que ninguna de las hojas de vida tenía fotografía que identificara a las candidatas. 

Eso le extrañó.

—¿Por que no tienen fotografía? —preguntó cuando Mimi llegó con un par de tazas y una tetera. —Pensé que habías dicho que tu jefe era un quisquilloso con sus empleados. 

Mimi sonrió.

—Por eso mismo. El señor Thadeas me ha pedido que no me guie por apariencias, sino por capacidades para seleccionar a las candidatas. Sabes que él es un hombre especial.

Carli asintió. Ella no conocía al tipo, pero Mimi siempre le contaba historias sobre su bondad y consideración con todos los que lo rodeaban. La anciana había trabajado hasta un año atrás con él, pero a causa de su artritis reumatoide había tenido que jubilarse.

—Interesante —sonrió Carli. —Supongo que es refrescante ver a alguien tan importante no dejarse guiar por las apariencias. 

Mimi asintió y se dedicó a servir el té.

—¡Mi Dios, he olvidado la leche! —se disculpó la anciana y regresó a la cocina.

Los ojos de Carli viajaron al blanco papel que Mimi dejó tan desordenado y lo acomodó. Una descabellada idea paseó por su cabeza al leer los datos de la hoja de vida. Era una tocaya suya, Carlotta West. Ella tenía un montón de cualidades y habilidades; idiomas, universidades e incluso formaciones superiores en relaciones exteriores. 

¿Qué tan terrible sería si ella cambiaba solo la página de datos personales? Era una posibilidad grande de que le diesen el trabajo de secretaria...

No, negó con tristeza. Ella le agradecía infinitamente a Mimi la confianza que le había dado para permitirle entrar en su casa y trabajar con ella. Carli no podía pagarle de esa manera; ensuciando el honesto trabajo de la anciana.

Ella sonrió y alejó la carpeta con documentos para que no se manchase con té.  

—Lo sabía— dijo su dulce voz desde el umbral de la puerta. —Eres demasiado buena para hacer una maldad de esas. 

Carli llevó la mano cerca de su seno izquierdo, sintiendo el retumbar de su corazón. 

—¡Casi me matas de un susto, Mimi! 

La viejita rio por su broma y se acercó con la leche tibia. 

—Dame tu hoja de vida. Se la daré al señor Thadeas. 

Carli se encogió en su asiento. Comparada con esa mujer ella era una analfabeta.

—No puedo —contestó con una sonrisa triste. —Jamás podría dejarte en vergüenza, Mimi. Si ese hombre me contrata no sabría que hacer con todas esas responsabilidades. Me pareció una idea alocada cambiar fichas de datos personales, pero sabes que no podría hacerlo. Todavía me queda un poco de eso que se llama honestidad.

Mimi suspiró y luego dio un delicado sorbo a su té.

—El señor Corfú necesita a alguien de confianza, Carli. Sé que puedes sentirte menos en cuanto a cualidades académicas, pero lo que mas valoro es tu honestidad como persona. Una vez que lo conozcas entenderás por qué es tan importante. Si crees que puedes trabajar sin prejuicios deja que yo te enseñe y dame tu hoja de vida. 

La emoción se disparó en el pecho de la mujer más joven. Mimi le proponía conseguirle un trabajo...

—Pero no podré continuar viniendo a tu casa —replicó con tristeza. —Recuerdo que me contrataste cuando tu no podías hacerte cargo de tu casa por tu apretada agenda laboral.

—Eres tan buena, niña —sonrió Mimi. —Un ángel para otro ángel.

—¿Que? 

—Olvídalo —restó importancia.— Dame tu hoja de vida y confía en mi. Yo sí confío en ti.

**

La camisa le apretaba la panza y las costillas. La falda se le hacía demasiado corta y sentía que sus muslos se pegaban aún cuanto utilizaba pantimedias. Carli miró el gran reloj apostado en la pared y maldijo por haber llegado excesivamente temprano a su entrevista con el señor Corfú.

¡Sí, él la había seleccionado! 

Y todavía faltaban cuarenta minutos para su entrevista. ¿Qué hacia ahora para pasar el tiempo y los nervios? 

Miró hacia el exterior y su cuerpo se sacudió por la fuerza del escalofrió que lo recorrió. El bosque detrás de las oficinas era el mismo en el que esos perros sarnosos la habían atacado meses atrás... y donde había visto por primera vez a su príncipe de traje a la medida y mirada cariñosa. 

¡Ah, cuantas noches había soñado con él viniendo por ella! 

Carli negó con resignación. Era tan tonta como para anhelar a alguien que claramente le había dicho que olvidara todo lo sucedido. Decidió salir por uno de los laterales de las oficinas a fumarse un cigarrillo. Eso le daría un poco de paz a su nerviosismo. 

Estaba a punto de encenderlo cuando un par de grititos la distrajeron. Carli se asomó al pasillo y vio a una pareja discutiendo en uno de los balcones. 

Una preciosa mujer de cabellos oscuros y mirada de color zafiro le gritaba a otro tipo más alto. Ella se veía disgustada y... Carli notó que no era la única chismeando. Una cabeza se asomaba del otro lado del balcón. 

Ella sonrió al ver al tipo inclinarse tanto que parecía querer doblar su espalda. Decidió ser malvada y tomó una de las piedritas que llevaba siempre en su cartera. Tomó impulso y se la arrojó al chismoso. Él se giró justo a tiempo para detenerla con su mano y la respiración de la joven murió. 

Era él. Era su príncipe y se veía bastante cabreado por haberle interrumpido el show. 



ThadeasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora