Carli forcejeó las ataduras de sus muñecas en un intento desesperado por aferrarse a la realidad. Su pajoso cabello ingresó a su boca y tuvo que aspirar con fuerza cuando su rostro se apoyó pesadamente sobre la almohada. Ella sintió que se volvería de gelatina en cualquier momento a causa de las sensaciones avasallantes que él provocaba en su cuerpo. Thadeas dio un azote a su trasero reprimiendo su comportamiento inquieto. ¿Pero es qué, como podía ella quedarse quieta cuando lo tenía entre sus muslos dándose un festín con su carne?
—Tan ansiosa... —escuchó que él murmuraba con una risita y quiso golpearlo. A Thadeas le encantaba llevarla al limite, casi rogando de que continuara con su violento asedio. —Tan hermosa, mi humana bruja.
Carli rio encantada con sus palabras. Había descubierto que Thadeas era un romántico verborrágico que adoraba hacerle saber con sus sucias palabras todo lo que le gustaba de ella. Algunas veces Carli sentía que él había sido como una represa esperando la llave correcta para liberarse.
Y ella estaba orgullosa de representar ese papel.
Carli sintió sus piernas pesadas cuando gritó su orgasmo. Pareció que Thadeas le había chupado hasta los huesos y ahora tenía dos piernas nada más que fláccidas.
—Eres una humana muy, muy mala y desobediente —dijo él en su oído mientras apoyaba su torso pesadamente contra la espalda de la chica. Ella se encontraba boca abajo con sus manos atadas al cabecero de la pobre cama de Thadeas. Ambos habían descubierto, después de varias y ardientes sesiones juntos, que la idea de atarse y ceder el control, les encantaba. —Tendré que castigarte, Carlotta. Mi humana malvada...
Él se ingresó a si mismo centímetro a centímetro en ese lubrico interior que lo acogía. Carli no pudo hacer más que gemir quedamente mientras le entregaba todo de ella a él. Su voluntad, su cuerpo y su espíritu.
El vinculo con Thadeas se fortalecía día a día y sus ardientes encuentros nada más que sexuales, si es que alguna vez lo fueron, ahora se sentían como una intima comunión entre ambos. Solo los dos. El uno para el otro.
Tres rondas después y luego de que él la mordisqueara como un crio al que le están saliendo los dientes, terminaron desmadejados en la cama en un nudo de piernas y brazos. Carli adoraba abrazarse a su cálido cuerpo y Thadeas no había mostrado recelo ante ese comportamiento. Él siempre la esperaba con brazos abiertos para luego atusarle el cabello y hacerla sentir la mujer más afortunada sobre la faz de la tierra.
—Me gusta ese lunar que tienes bajo el pecho —dijo él con voz adormecida y satisfecho como un gato glotón. Ella se removió con una sonrisa preguntándole como había sido capaz de verlo. Thadeas rio. —Soy una persona bastante atenta de todo lo que me rodea, además, me he obsesionado con aprender tu cuerpo de memoria...
—Señor Thadeas, si yo fuese un poco más tímida me sonrojaría, pero me encuentro contenta conmigo misma de que usted ponga sus ojos en mi.
—Mis ojos siempre han estado en ti, Carlotta... —él apretó con cariño uno de sus pechos. —Y en la tentación de estos montículos
Ella volvió a reír encantada y Thadeas se sorprendió de la calidez que inundó su pecho. La amaba, cada faceta de ella. Su despertar huraño y como su ánimo cambiaba después de un rico desayuno, sus locuras cuando salían de paseo e incluso la manera en la que se acurrucaba entre sus brazos por las noches después de hacer el amor.
¿Cómo era posible que él fuese merecedor de tanto afecto? Porque sí, Thadeas Corfú estaba convencido de que sus sentimientos eran recíprocos y que la simpática humana que lo seguía como su sombra lo amaba tanto como él a ella. Carli no era una persona de palabras, los suyo era la acción... y él todavía no entendía que era aquello tan bueno que había hecho en la vida para que esta lo premiara con una compañera como ella.