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☀︎ ¦CHAPTER 001.

« La mortalidad es un asco »
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Me llamo Apolo. Antes era un dios.

En mis cuatro mil seiscientos doce años de vida he hecho muchas cosas. Infligí una peste a los griegos que sitiaron Troya. Bendije a Babe Ruth con tres home runs en el cuarto partido del campeonato mundial de béisbol de 1926. Descargué mi ira sobre Britney Spears en la gala de los Premios MTV de 2007. Pero en toda mi vida inmortal, nunca había aterrizado en un contenedor de basura.
Ni siquiera sé cómo pasó. Simplemente me desperté cayendo. Unos rascacielos daban vueltas a mi alrededor. Mi cuerpo desprendía llamas. Intenté volar. Intenté transformarme en una nube o teletransportarme por el mundo o hacer otras cien cosas que debería haber podido hacer sin problemas, pero no paraba de caer.
Me precipité en un estrecho paso entre dos edificios y ¡BAM!
¿Hay algo más patético que el sonido de un dios al caer encima de un montón de bolsas de basura? Me quedé tumbado, dolorido y gimiendo en el contenedor abierto.
Me picaban los orificios nasales del hedor a mortadela rancia y pañales usados. Notaba las costillas rotas, aunque algo así no debería haber sido posible.

La cabeza me daba vueltas, pero un recuerdo emergió a la superficie: la voz de mi padre, Zeus: TU RESPONSABILIDAD. TU CASTIGO. Entonces me di cuenta de lo que me había pasado. Y lloré de desesperación.

Incluso para un dios de la poesía como yo, es difícil describir cómo me sentía. ¿Cómo podrías entenderlo tú, un simple mortal? Imagínate que te quitaran la ropa y te rociaran con una manguera contra incendios delante de un grupo de gente que se riese de ti. Imagínate el agua helada al entrar en tu boca y tus pulmones, la presión al magullarte la piel y dejarte las articulaciones hechas papilla. Imagínate sentirte desvalido, avergonzado, totalmente vulnerable: despojado cruel y públicamente de todo lo que te caracteriza. Pues mi humillación fue peor.

TU RESPONSABILIDAD, resonaba la voz de Zeus en mi cabeza.

—¡No! —grité desconsolado—. ¡No, yo no fui el responsable! ¡No!

Nadie contestó. A cada lado, escaleras de incendios oxidadas subían en zigzag por los muros de ladrillo. En lo alto, el cielo invernal era gris e implacable.
Traté de recordar los detalles de mi condena. ¿Me había dicho mi padre cuánto duraría ese castigo?

¿Qué se suponía que tenía que hacer para volver a ganarme su aceptación?

Tenía problemas de memoria. Apenas me acordaba de cómo era Zeus, y mucho menos de por qué había decidido expulsarme a la Tierra. Había habido una guerra con los gigantes, pensé. Habían sorprendido a los dioses, los habían puesto en evidencia y prácticamente los habían vencido.

Lo único que sabía con seguridad era que mi castigo era injusto. Zeus necesitaba a alguien a quien echarle la culpa, de modo que, cómo no, había elegido al dios más famoso, guapo y talentoso del panteón: yo.

Me quedé tumbado entre la basura, mirando la etiqueta del interior de la tapa del contenedor: PARA LA RECOGIDA, LLAME AL 1-555-APESTOSO.

«Zeus recapacitará —me dije—. Solo intenta asustarme. En cualquier momento me devolverá al Olimpo y me dejará escapar con una advertencia.»

—Sí... —Mi voz sonaba hueca y desesperada—. Sí, eso es.

Intenté moverme. Quería estar de pie cuando Zeus viniera a disculparse. Notaba un dolor punzante en las costillas. Tenía un nudo en el estómago. Me agarré al borde del contenedor y conseguí arrastrarme por encima del lateral. Me desplomé y caí contra el asfalto.

THE TRIALS OF APOLLO Where stories live. Discover now