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☀︎ ¦ CHAPTER 002.

« Tíos y tías sin cabeza. No me va el rollo del Medio Oeste. Hola, mira, un fantasma de queso »

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«Jo, Apolo —estarás pensando—, ¿por qué no sacaste tu arco y le disparaste? ¿O la hechizaste con una canción de tu ukelele de combate?».
Sí, tenía esos dos artículos colgados a la espalda junto con mi carcaj. Por desgracia, hasta las mejores armas de los semidioses requieren una cosa llamada «mantenimiento». Mis hijos Kayla y Austin me lo habían explicado antes de que me fuera del Campamento Mestizo. No podía sacar el arco y el carcaj de la nada como cuando era dios. Ya no podía hacer aparecer el ukelele en mis manos solo con desearlo y esperar que estuviera perfectamente afinado.
Mis armas y mi instrumento musical estaban envueltos con cuidado en unas mantas. De lo contrario, los vuelos por el húmedo cielo invernal habrían deformado el arco, estropeado las flechas y deteriorado las cuerdas de mi ukelele. Sacarlos me llevaba ahora varios minutos de los que no disponía.
Además, dudaba que me sirvieran de algo contra los blemias.
No me había enfrentado a ninguno de su especie desde los tiempos de Julio César, y habría pasado gustosamente otros dos mil años sin ver a uno.
¿Cómo podía resultar útil un dios de la poesía y la música contra una especie que tenía las orejas metidas en los sobacos? Además, los blemias tampoco temían ni respetaban el tiro con arco. Eran recios luchadores de combate cuerpo a cuerpo de piel gruesa. Incluso eran resistentes a la mayoría de enfermedades, y eso quería decir que nunca me pedían ayuda médica ni temían mis flechas contagiadas. Y lo peor de todo, no tenían sentido del humor ni imaginación. No les interesaba el futuro, de modo que no veían la utilidad de los oráculos o las profecías.
En resumen, no se podía crear una raza menos receptiva a un dios atractivo y polifacético como yo. (Y, créeme, Aries lo había intentado. ¿Te suenan los mercenarios hessianos que creó en el siglo XVIII ? Puf. A George Washington y a mí nos las hicieron pasar canutas).

—Leo —dije—, activa el dragón.

—Acabo de ponerlo en el ciclo de sueño.

—¡Deprisa!

Leo toqueteó los botones de la maleta. No pasó nada.

—Te lo he dicho, tío. Aunque Festo funcionara bien, cuesta mucho despertarlo cuando está dormido.

Maravilloso, pensé. Calipso se encorvaba murmurando palabrotas en minoico. Leo tiritaba en ropa interior. Akira miraba a la blemia con cara de disgusto. Y yo... en fin, era Lester. Y encima, en lugar de enfrentarnos a nuestros enemigos con un gran autómata que escupía fuego, ahora tendríamos que hacerlo con un accesorio de equipaje metálico difícil de transportar.

Me volví contra la blemia.

—¡LARGO DE AQUÍ , asquerosa Nanette! —Traté de echar mano de mi antiguo tono de ira divina—. ¡Como vuelvas a poner la mano en mi divina persona, serás DESTRUIDA !

Cuando yo era dios, esa amenaza habría bastado para que ejércitos enteros mojaran sus pantalones de camuflaje. Nanette se limitó a parpadear con sus ojos pardos.

—No te preocupes —dijo. Sus labios eran grotescamente hipnóticos, como observar una incisión quirúrgica utilizada como marioneta—. Además, querido, ya no eres un dios.

—¿Por qué la gente no para de recordármelo?

Más lugareños se reunieron en nuestra posición. Dos agentes de policía bajaron corriendo la escalera del capitolio. En la esquina de Senate Avenue, un trío de basureros abandonó su camión y se acercó pesadamente empuñando grandes cubos de basura metálicos. Media docena de hombres vestidos con trajes de oficina procedentes de la otra dirección cruzaron el césped del capitolio.
Leo soltó un juramento.

THE TRIALS OF APOLLO Where stories live. Discover now