014

436 61 1
                                    

__________________________

☀︎ ¦ CHAPTER 014.

« Bolas de la muerte ruedan hacia mis enemigos. »

__________________________


Por lo menos no aterrizamos en Perú. Mis pies tocaron piedra, y me hice daño en los tobillos. Topamos con una pared, pero Akira me sirvió de cómoda almohada.
Nos vimos en un túnel oscuro reforzado con vigas de roble. El agujero por el que habíamos caído había desaparecido, sustituido por un techo de tierra.
No vi rastro de los otros equipos, pero por encima de mí oí vagamente a Harley gritando:

—¡Venga! ¡Venga! ¡Venga!

—Cuando recupere mis poderes —anuncié—, convertiré a Harley en una constelación llamada el Mocoso. Por lo menos las constelaciones están calladas.

Akira señaló al fondo del pasillo.

—Mira.

A medida que mi vista se acostumbraba, reparé en que la tenue luz del túnel procedía de una fruta brillante situada a unos treinta metros.

—Una manzana dorada —dije.

Akira avanzó dando tumbos y tiró de mí.

—¡Espera! —chillé—. ¡Podría haber trampas!

—Nuestras vidas están llenas de trampas, no nos concibieron por que querían hijos, Apolo. De algo tenemos que morir.

—Si pero yo no quiero morir

Ella jalo de mi mano obligándome a avanzar y como a modo de ilustración, Connor y Paolo salieron de la oscuridad al final del pasillo. Paolo recogió la manzana dorada y bramó:

—¡BRASIL!

Connor nos sonrió.

—¡Lentorros!

El techo se abrió encima de ellos y dejó caer sobre la pareja de semidioses unas esferas de hierro del tamaño de melones.

—¡Corre! -gritó Connor.

Él y Paolo giraron torpemente ciento ochenta grados y se fueron cojeando, perseguidos de cerca por un montón de balas de cañón con mechas que echaban chispas. Los sonidos se desvanecieron rápido. Sin la manzana brillante, nos quedamos en una oscuridad absoluta.

—Estupendo. —La voz de Akira resonó—. Felicidades. Y ahora, ¿qué?

—Propongo que vayamos en la otra dirección.

Era más fácil en la teoría que en la práctica. Gracias a mi cuerpo mortal, ya me sentía incapacitado y desprovisto de mis sentidos. Además, solía fiarme de más sentidos aparte de la vista. La música requería oído fino. El tiro con arco exigía un tacto sensible y la capacidad de percibir la dirección del viento. (Vale, la vista también era útil, pero ya te haces una idea.) Avanzamos arrastrando los pies con los brazos extendidos por delante.
Permanecí atento por si oía ruiditos, chasquidos o crujidos sospechosos que pudieran ser indicio de una inminente serie de explosiones, pero sospechaba que cuando oyese una señal de advertencia, ya sería demasiado tarde.
Con el tiempo, Akira y yo aprendimos a andar de forma sincronizada con las piernas atadas. No fue fácil. Yo tenía un sentido del ritmo perfecto. Akira siempre iba un cuarto de compás más rápida, y debido a ello nos desviábamos continuamente a la izquierda o la derecha y nos chocábamos contra las paredes.

Avanzamos con pesadez durante lo que podrían haber sido minutos o días. En el Laberinto, el tiempo era engañoso.

—No veo absolutamente nada.

THE TRIALS OF APOLLO Where stories live. Discover now