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☀︎ ¦ CHAPTER 021.

« Estoy de racha. Cociéndome, quemándome, echando la pota. »

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Crucé el claro dando traspiés y llamando a Meg a gritos .
Sabía que era inútil, pero chillar me hacía sentir bien. Busqué señales de ramas rotas o pisadas en el suelo. Sin duda dos hormigas del tamaño de tanques dejarían un rastro que pudiera seguir. Pero yo no era Artemisa; no tenía la habilidad de mi hermana para el rastreo. No tenía ni idea de en qué dirección se habían llevado a mi amiga.

Recogí las espadas de Meg del barro. Inmediatamente se convirtieron en anillos de oro: tan pequeños, tan fáciles de perder, como una vida humana. Es posible que llorase. Intenté romper mi ridículo ukelele de combate, pero el instrumento de bronce celestial se resistía a mis intentos. Finalmente, arranqué la cuerda de la, la ensarté a través de los anillos de Meg y me la até al cuello.

—Te encontraré, Meg —murmuré.

—Apolo —Escuche un bajo murmuró, regrese donde había dejado a Akira y la encontré sentada mirando a la nada.

—Aquí estoy—Me acerque a ella y pasé su brazo por mis hombros para levantarla.

Su rapto había sido culpa mía.
Estaba seguro. Había roto mi promesa tocando música y salvándome. En lugar de castigarme directamente, Zeus o las Moiras o todos los dioses juntos habían descargado su ira sobre Meg McCaffrey. ¿Cómo había podido ser tan tonto? Cada vez que hacía enfadar a los otros dioses, los más allegados a mí caían fulminados. Había perdido a Dafne por un comentario desconsiderado que le había hecho a Eros. Había perdido al hermoso Jacinto por mi disputa con Céfiro. Ahora mi promesa incumplida le costaría la vida a Meg.
¿Qué es lo que faltaba para perder a Akira?.

«No —me dije—. No lo permitiré.»

Estaba tan asqueado que apenas podía caminar. Parecía que alguien me estuviese inflando un globo dentro del cerebro. Aun así, conseguí llegar al borde del géiser de Pete dando traspiés.

—¡Pete! —grité—. ¡Déjate ver, teleoperador cobarde!

Un chorro de agua salió disparado hacia el cielo acompañado de un sonido que recordaba el tubo más grave de un órgano. El palico apareció en el remolino de vapor, con su cara de color gris barro endurecida de la ira.

—¿Me llamas TELEOPERADOR? —inquirió—. ¡Dirigimos una empresa de relaciones públicas!

Me doblé y Akira me agarró de los hombros, vomité en su cráter, una respuesta que me pareció apropiada.

—¡Basta! —se quejó Pete.

—Tengo que encontrar a Meg. —Me limpié la boca con la mano temblorosa—. ¿Qué harían los mirmekes con ella?

—¡No lo sé!

—Habla o no terminaré la encuesta de atención al cliente. —Akira habló con la voz pesada, de los dos ella se veía peor.

Pete dejó escapar un grito ahogado.

—¡Eso es terrible! ¡Tu opinión es importante! —Descendió flotando a mi lado—. Oh, dioses... tu cabeza tiene mala pinta. Tienes un buen corte en el cuero cabelludo y estás sangrando. Seguro que por eso no piensas con claridad.

—¡Me da igual! —chillé, cosa que no hizo más que empeorar mi dolor de cabeza—. ¿Dónde está el hormiguero de los mirmekes?

Pete retorció sus vaporosa mano.

THE TRIALS OF APOLLO Where stories live. Discover now