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☀︎ ¦ CHAPTER 027.

« En Uber no tienen coches. En Lyft la cosa está floja. ¿Y taxis? No. Me lleva la mamá »
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Austin había liberado a los otros presos.
Parecía que los hubieran metido en una tina con pegamento y bastoncillos de algodón, pero, por lo demás, parecían sorprendentemente ilesos. Ellis Wakefield iba tambaleándose con los puños apretados, buscando algo a lo que dar un puñetazo. Cecil Markowitz, hijo de Hermes, estaba sentado en el suelo tratando de limpiarse las zapatillas con un fémur de ciervo. Austin —¡un chico con recursos!— había sacado una cantimplora de agua y estaba limpiando el fuego griego de la cara de Kayla. Miranda Gardiner, la monitora jefe de la cabaña de Deméter, se hallaba arrodillada en el lugar donde se habían sacrificado las dríades, llorando en silencio.
Paulie, el palico, se dirigió flotando a mí. Al igual que su compañero, Pete, su parte inferior estaba compuesta solo por vapor. De cintura para arriba parecía una versión más flaca y castigada de su colega del géiser. Su piel de barro estaba agrietada como el lecho seco de un río. Tenía la cara ajada, como  si se hubiera quedado sin una gota de humedad en el cuerpo. Viendo el daño que Nerón le había hecho, añadí unos puntos más a una lista mental que estaba preparando: «Formas de torturar a un emperador en los Campos de Castigo».

—Me has salvado —dijo Paulie asombrado—. ¡Ven aquí!

Me abrazó. Su poder había disminuido tanto que su calor corporal no me mató, pero me abrió bastante bien los senos nasales.

—Siento mucho lo de tu amiga.

Sonreí aunque presiento que fue mas una mueca.

—Deberías volver a casa —le aconsejé—. Pete está preocupado, y tienes que recuperar fuerzas.

—Oh, tío... —Paulie se secó una lágrima vaporosa de la cara—. Sí, me largo. Pero si necesitas cualquier cosa (una limpieza al vapor gratis, un relaciones públicas, una mascarilla de arcilla), solo tienes que pedirlo.

Mientras se disolvía en la niebla, lo llamé.

—Una cosa más, Paulie. Le daría al Bosque del Campamento Mestizo un diez de satisfacción al cliente.

Paulie sonrió agradecido. Intentó volver a abrazarme, pero ya se había vuelto de vapor en un noventa por ciento. Lo único que noté fue una ráfaga húmeda de aire con aroma a barro. Acto seguido desapareció.
Los cinco semidioses se reunieron a mi alrededor. Miranda miró más allá de mí, a la arboleda de Dodona. Sus ojos todavía estaban hinchados de llorar, pero tenía unos iris preciosos del color del follaje nuevo.

—Entonces, las voces que he oído salir de la arboleda ... ¿De verdad es un oráculo? ¿Esos árboles pueden darnos profecías?

Me estremecí pensando en la quintilla de los robles.

—Tal vez.

—¿Puedo ver...?

—No —contesté—. No hasta que conozcamos mejor el sitio.

Ya había perdido a una hija de Deméter y una hija de Ares ese día. No quería perder a otra.

—No lo entiendo —se quejó Ellis—. ¿Eres Apolo? ¿El auténtico Apolo?

—Me temo que sí. Es una larga historia.

—Oh, dioses... —Kayla escudriñó el claro—. Me ha parecido oír la voz de Meg y Akira antes. ¿Lo he soñado? ¿Estaban contigo? ¿Están bien? ¿Dónde están?

THE TRIALS OF APOLLO Where stories live. Discover now