007

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☀︎ ¦ CHAPTER 007.

« Mi hijo es mayor que yo »
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Soñé que conducía el carro solar a
través del cielo. Llevaba la capota bajada en modalidad Maserati. Volaba tocando el claxon a los aviones de reacción para que se apartasen, disfrutando del olor de la fría estratosfera, y bailando al ritmo de mi canción favorita: «Rise to the Sun», de Alabama Shakes. Estaba pensando en transformar el Spyder en un coche autoconducido de Google. Quería sacar mi laúd y tocar un solo tremendo que hiciera enorgullecerse a Brittany Howard. Entonces una mujer apareció en el asiento del pasajero.

—Tienes que darte prisa, tío.

Por poco salté del sol.

Mi huésped iba ataviada como una reina libia de la antigüedad. (Sé de lo que hablo; he salido con unas cuantas.) Su vestido se arremolinaba con un estampado de flores en rojo, negro y dorado. Su largo cabello moreno estaba tocado con una tiara que parecía una escalera de mano en miniatura: dos largueros de oro con travesaños de plata. Tenía un rostro maduro pero imponente, el aspecto que debía tener una reina benévola.

Así pues, estaba claro que no se trataba de Hera. Además, Hera nunca me sonreiría tan dulcemente. Además, esa mujer llevaba un gran símbolo de la paz alrededor del cuello, un detalle que no encajaba con el estilo de Hera. Aun así, tenía la sensación de que debía conocerla. A pesar del rollo de hippy trasnochada, era tan atractiva que supuse que debíamos de ser parientes.

—¿Quién eres? —pregunté.

Sus ojos emitieron un destello de un peligroso tono dorado, como los de un depredador felino.

—Sigue las voces.

Se me hizo un nudo en la garganta. Intenté pensar con claridad, pero tenía el cerebro como si me lo hubieran metido en una batidora.

—Te oí en el bosque... ¿Estabas... estabas recitando una profecía?

—Busca las puertas. —Me agarró la muñeca—. Tienes que encontrarlas primero, ¿lo pillas?

—Pero...

La mujer estalló en llamas. Retiré la muñeca quemada y agarré el volante mientras el carro caía en picado. El Maserati se transformó en un autobús escolar: una modalidad que solo utilizaba cuando tenía que transportar a un gran número de gente. La cabina estaba llena de humo.
Detrás de mí, una voz nasal dijo:

—Busca las puertas sin falta.

Miré por el espejo retrovisor. A través del humo, vi a un hombre corpulento con un traje color malva. Estaba tumbado en los asientos del fondo, donde normalmente se sentaban los alborotadores. A Hermes le gustaban esos asientos... pero ese hombre no era Hermes.

Tenía una mandíbula poco pronunciada, una nariz muy grande y una barba que envolvía su papada como la correa de un casco. Su cabello era rizado y moreno como el mío, solo que no lo tenía tan bonito ni tan abundante y no llevaba un peinado tan moderno. Fruncía el labio como si oliera algo desagradable. Tal vez eran los asientos quemados del autobús.

—¿Quién eres? —grité, tratando desesperadamente de impedir que el autobús cayera en picado—. ¿Qué haces en mi autobús?

El hombre sonrió, cosa que volvió su cara todavía más fea.

—¿Mi propio antepasado no me reconoce? ¡Me siento ofendido!

Intenté ubicarlo. Mi cerebro mortal era demasiado pequeño, demasiado inflexible. Había echado por la borda cuatro mil años de recuerdos como exceso de lastre.

THE TRIALS OF APOLLO Where stories live. Discover now